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Lucas López

Punto de vista

Lucas López

Ciencia y existencia, la historia y la fe

En 2004, Mel Gibson dirigió La Pasión de Cristo. Frente a otras películas, que recogían la vida del Señor, la nueva propuesta tenía dos peculiaridades: centrarse en las jornadas finales y la pretensión de dar con las imágenes el máximo realismo posible a lo contado. Nunca habíamos visto la tortura que sufría un crucificado con tanta crudeza. Con la pretensión de ser fiel al realismo histórico, Gibson hizo que sus actores interpretasen los textos en las lenguas que, probablemente, se hablaron en aquellas jornadas: el latín, el arameo y el hebreo. En una entrevista posterior, el director contaba que a partir de los 35 años había empezado a revisar su fe y que la lectura de los Evangelios le ayudó muchísimo. Aclaraba: “Empecé a ver el Evangelio con gran realismo, recreándolo en mi propia mente para que tuviera sentido para mí, para que fuera relevante para mí”. Recuerdo que Maricarmen Palmés y Maru Albujar, que conducían el programa de cine de ECCA, me pidieron participar en el mismo para hablar de la película. Su primera pregunta fue: “¿Responde a la realidad histórica?”.

La “búsqueda del Jesús histórico”, expresión creada a comienzos del siglo XX por Albert Schweitzer -pastor, misionero y estudioso del cristianismo-, sirve para describir el esfuerzo de los estudios cristianos para conocer a Jesús con la metodología de la ciencia histórica. Durante los siglos XVIII y XIX, múltiples autores escriben diferentes vidas de Jesús sin conseguir establecer un retrato / relato definitivo. Precisamente, la publicación de Schweitzer hace que durante los siguientes cincuenta años, la teología desacelere la pretensión de buscar un fundamento histórico científico para el seguimiento de Jesús. Y es entonces cuando el éxito de los existencialismos cuajó también en un modo de mirar la experiencia cristiana, en el que lo importante no era tanto cómo era o qué hizo aquel profeta nazareno que recorrió los campos de Palestina, cuanto el modo en que la fe en Cristo era significativa y transformadora de la propia existencia personal y comunitaria.

En 1976, en julio, fallece a los 93 años el teólogo de tradición reformada Rudolf K. Bultmann. Tres meses antes, moría con 87 años su amigo Martin Heidegger, con quien coincidió en la Universidad de Marburg en los años de la República de Weimar. Gracias a aquel contacto, la teología de Bultmann adquirió un tono existencialista: el Cristo es significativo para el hoy de cada persona en su propia vida. En 1927, Heidegger publica Ser y tiempo; un año después, Bultmann deja escrito: “...el ser del hombre está en juego en las situaciones concretas de la vida, que procede por decisiones”. Muestra así su cercanía al eslogan existencialista según el cual la existencia (nuestra historia) precede a la esencia (construye nuestro ser). Para adoptar la óptica existencialista, el joven Martin Heidegger se había distanciado de las filosofías que ponían el acento en teorías del conocimiento y metodologías científicas. Rudolf Bultmann da el mismo paso, en paralelo a la filosofía de su amigo, respecto a las teologías científicas que pretendían acceder al Jesús histórico para fundar ahí el cristianismo.

Sin embargo, Bultmann quedó consternado con la progresiva simpatía pronazi que exhibió Heidegger y que culminó con el discurso de toma de posesión del rectorado de la Universidad de Friburgo. Orientándose en dirección contraria, Bultmann se erigió en opositor al régimen de Hitler y se sumó a la Iglesia confesante, que combatía la pretensión nazi de unificar todas las iglesias protestantes en una iglesia nacional alemana. Y también la teología de corte existencialista de Bultmann toma distancia de la filosofía de Heidegger. Para este último, de alguna manera, está en nuestra mano alcanzar la plenitud, a la que denomina autenticidad. Autenticidad que, probablemente, confunde con el ideal de pureza aria. Sin embargo, para Bultmann, la plenitud y la autenticidad son inaccesibles para la persona y sus recursos; sólo serán alcanzables como regalo, como gracia, como don de Dios. De alguna manera, el gran admirador de Heidegger, que es Bultmann, está convencido de que el misterio de la existencia puede ser analizado por la filosofía y, para eso, sirven muy bien los trabajos del autor de Ser y tiempo, pero el paso que hace de nuestra vida una existencia con sentido y un misterio de salvación sólo se da en el acontecimiento de Cristo: Dios que se desvela, que se muestra al ser humano. Es el paso de comprender a creer.

Posteriormente, a partir de los años 50, la teología retomará el esfuerzo por dibujar el perfil del Jesús histórico. Mientras Bultmann, en coherencia con su opción existencialista, entendía que los relatos evangélicos servían solo para suscitar la fe, no para describir la persona o la historia de Jesús, otras formulaciones ponían el acento en que no se puede distinguir el Cristo de la Fe del Jesús de la Historia, porque ambos convergen en las narraciones que hemos recibido. Para esta última posición, el uso de las herramientas de la ciencia histórica nos ayudaría no solo a conocer detalles superficiales sobre lo que sucedió con el profeta nazareno, sino que nos darían claves para entender la Escritura y, en ese sentido, seguir a Aquel al que reconoce como Señor de la Historia. Por eso, la pregunta de Maru y Maricarmen, las conductoras del programa de cine de ECCA, adquiría relevancia: ¿la película de Mel Gibson reflejaba lo que pasó? En buena medida, una respuesta positiva indicaría que la película reflejaba el acontecimiento fundante de la fe cristiana y daría validez a la producción como un elemento signficiativo de la fe. Sin embargo, si la película no respondía a la realidad de lo que pasó, no sería significativa para la vivencia o el acceso a la fe.

A Maru y a Maricarmen les contesté que, en realidad, no sabía si la película reflejaba lo que había sucedido de hecho, pero que sí podíamos comparar su relato con lo que nos cuentan las narraciones (los evangelios), las investigaciones históricas sobre el modo en que ejecutaban los romanos, y los estudios teológicos que interpretan aquellas narraciones. Tengo que reconocer que, en ese sentido, la película me resultaba descorazonadora: ponía el acento en la sangre derramada y dejaba poco espacio al seguimiento del Señor, como si, para entender su muerte no necesitáramos contemplar su vida. De ese modo, no había manera de entender cómo aquel acontecimiento, aquella persona, su vida y su mensaje son relevantes para el creyente de hoy.

En la actualidad, sospechamos que todos los medios y las metodologías nos aportan algo para conocer más y mejor los orígenes del cristianismo y a Aquel al que reconoce como su único Señor. Sin embargo, con Bultmann y los existencialistas, tenemos que decir que aunque las narraciones de Jesús siguen provocando la respuesta de la fe en muchísimas personas, la comprensión de las mismas no está cerrada y no se reduce a comprobar la historicidad de los hechos que relatan. Ni tampoco a ver una película de éxito, dirigida por un grande del cine.

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