Me temo, incluso, que más de un tolete de los que intervinieron ni se da cuenta de lo que hace o deja de hacer. Las dos terceras partes de los diputados, sencillamente, no sabe leer ni interpretar un presupuesto público. Como no tienen puñetera idea – porque sus señorías no se van a poner a estudiar ahora: o jamás lo hicieron o solo estudiaron hasta que se sacaron unas oposiciones – se dedican a subir a la tribuna y decir: “Vamos a contar un cuento…” para referirse al análisis, al relato o los argumentos del adversario político. No, mire, para cuento, el suyo. Póngase a trabajar. Aquí siguen empecinados en la práctica de un castelarismo de medianías engolfado en la suposición de que todas sus sentencias, por pronunciarse desde una tribuna parlamentaria, son performativas. Rugiditos, retruécanos, chismes, mucha emoción empatizante y lealtad perruna a las siglas: ese es el bagaje que el diputado canario – fiel a la mediocridad encapsulada de las organizaciones políticas -- de está demostrando para enfrentarse a la peor crisis económica y social que padece su país desde 1939.
Tampoco hay que ser injusto. El resto de nuestras élites cumple –penosamente -- con una decepción similar. El país se hunde –con la mitad de su población desempleada, subempleada o inserta en un ERTE, y el ERTE no es un recurso mágico, ni barato, ni que evite efectos lesivos en el trabajador y el empleador – y todavía es imposible leer un informe amplio y preciso, con críticas estructurales y propuestas realistas, de las organizaciones empresariales y sindicales-. Salvo cuatro papeles temblorosos no se les ha ocurrido nada, a excepción de ese destello de turbia lucidez de afirmar que a los grandes operadores turísticos no les gusta que metan a los migrantes en los hoteles. Esta gente – las patronales y sindicatos –nos cuentan una pasta gansa pero en la mayor crisis que hayamos afrontado desde la guerra civil no sirven absolutamente para nada. Tampoco cabe esperar gran cosa de nuestras universidades, públicas y privadas, que no han tenido a bien siquiera organizar espacios de reflexión y propuestas de carácter interdisciplinar y más o menos estables para monitorizar esta calamidad y colaborar activamente con las administraciones públicas para afrontarla, tal y como se ha visto en otros países civilizados.Las élites canarias -- políticas, económicas, intelectuales – no parecen ni sorprendidas ni angustiadas. Actúan con la pachorra y el disimulo de los desertores.