La Provincia - Diario de Las Palmas

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Rubén Reja

El ‘Dios humano’

Un mural gigante con el rostro desafiante de Maradona y la leyenda ‘Dios humano’ es parte de la fachada de un viejo inmueble en el barriada napolitana de San Giovani, donde al transitar sus calles hay multitud de capillas y cuidados altares dedicados a todos los santos. En esta procesión se encuentra inquebrantable el bar Nilo, referente de la hinchada de Nápoles, cuya devoción por el ‘Pelusa’ es demostración extrema de ese amor por los seres superiores. La huella del Diego es imborrable en Italia, al igual que en Argentina, donde en cada rincón siempre se le rendirá culto. Un jugador que era diferente, de otro planeta. Su juego de dibujos animados le llevó a lo más alto y protagonizó una carrera repleta de logros deportivos (campeón del mundo y dos ‘escudetos’) pero también salpicada por histriónicos fracasos personales.

La debacle de un ídolo de masas no es nueva. Son muchos los músicos, artistas, o deportistas que abrazan la gloria, siempre efímera, para toparse al tiempo de bruces con la realidad. Iconos que marcan época hasta que la fama y el polvo blanco los aniquila. Algo que refleja a la perfección Bruno Pssarelli en su libro ‘Maradona al desnudo, la caída de un ídolo’. El astro quemado protagonizó capítulos despreciables en una vida que se apagó desde la primera raya. Diego Armando debió salir del fútbol desde hace demasiados años y apartarse para siempre porque cualquier vinculación con el deporte era un insulto a la afición. Uno de los responsables directos del declive de Diego, al margen de las malas compañías, la tiene el propio fútbol argentino, de por sí germen de fanatismo, que lo idolatró hasta el infinito. A Maradona, lo admiramos, nos enamoró por su majestuosidad con la pelota en los pies, pero también le repudiamos porque se le iba la cabeza y la mano, y no la de Dios precisamente. Las genialidades del ‘Dios humano’ perdurarán en las hemerotecas para demostrar a las futuras generaciones que fue el mejor pelotero de todos los tiempos. Se murió solo, lo mataron las malas compañías, muere el fútbol.

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