Desde la ONU se entiende por violencia contra la mujer “todo acto de violencia basado en el género que tiene como resultado posible o real un daño físico, sexual o psicológico, incluidas las amenazas, la coerción o la prohibición arbitraria de la libertad, ya sea que ocurra en la vida pública o en la vida privada”. En dicha Asamblea se reconoció que eran necesarios “una clara declaración de los derechos que se deben aplicar para asegurar la eliminación de toda violencia contra la mujer en todas sus formas y un compromiso de los Estados y de la comunidad internacional en general para eliminar la violencia contra la mujer”.
Muchas son las campañas de sensibilización realizadas en los últimos años para frenar el maltrato femenino. Se han difundido tanto en televisión como en otros medios de comunicación, redes sociales y zonas de gran afluencia, para concienciar a las víctimas y a sus familias de que deben actuar sin temor contra los agresores. Se pretende que se anticipen a los ataques de cualquier índole y que no se queden de brazos cruzados ante la primera humillación que sufran (cabe destacar aquí la relevancia e incidencia de la violencia psicológica ejercida de forma continua y soterrada, prácticamente imposible de probar y cuyas consecuencias son demoledoras). Cada vez más, la tónica común de estas iniciativas mediáticas es hablar alto, claro y sin tapujos para atajar el problema desde su origen, concienciando y sensibilizando al grueso de la población. De hecho, se han intensificado notablemente, pasando de ser algo testimonial a ocupar un papel determinante en la divulgación masiva del problema. No sólo han aumentado en número, sino que también han ido creciendo en crudeza y realismo, constituyendo una herramienta eficaz en la concienciación de la ciudadanía ya que, hasta hace bien poco tiempo, el maltrato hacia las mujeres no recibía la atención e implicación de los Gobiernos ni de la ciudadanía de cara a su resolución.
Afortunadamente, ya ha dejado de considerarse un fenómeno circunscrito a la intimidad de la pareja para convertirse en el drama colectivo que realmente es, que a todos nos compete y que debemos eliminar. Por esa razón, la conmemoración del Día Internacional contra la Violencia de Género es una oportunidad de oro para reflexionar sobre la idea de que nos hallamos ante una auténtica violación de los Derechos Humanos que, no sólo afecta a un sector poblacional sino a todo su conjunto. En ese sentido, la prevención resulta esencial, situándose en el ámbito escolar el primer eslabón de la cadena.
Aunque cada vez son más las mujeres que se atreven a ponerle nombre y apellidos a la violencia machista, el número de las que callan supera con creces al de las que se atreven a hablar y a dar el paso de denunciar a sus agresores. El miedo cerval, la insuficiente protección y el hasta ahora escaso amparo institucional se alzan como causas paralizantes, así como el comprensible y poderoso argumento de no querer colocar a los hijos en situación de riesgo. Basta ya. Extirpemos de raíz este mal pero, hasta que ese día llegue, comprometámonos a que siempre sea 25-N. La jornada perenne.