Lo opuesto al indiferentismo, a la indiferencia, es la atención absoluta, pero los humanos no estamos dotados para prestar una atención absoluta, ni siquiera nos centramos de manera completa en las cosas que más nos importan. En realidad, somos seres multitask, de los que tanto se habla en la era de la desaparición del trabajo. La desatención o la fragmentación de la atención, por lo contrario, es lo natural en las personas. Si fuésemos personas dotadas de una atención duradera estaríamos programados biológicamente para una sola tarea y los humanos, como indica ese anglicismo bautizado por la nueva economía, que es la vieja economía de siempre en cualquier momento de su pasado económico, porque, ¿acaso la economía puede haber sido otra cosa que la gestión y administración de las cosas de la casa, de nación si se quiere decir en un sentido extenso, donde la función multitarea ha sido habitual? Lo nuevo ahora es que las multinacionales son las que han decidido que los trabajadores somos trabajadores multitask con la finalidad expresa de degradarlos, esta infamia resulta lo novedoso, que servimos para realizar varios trabajos a la vez, un gadchet multiusos, algo que en Tiempos Modernos de Charles Chaplin sintetizaba, pero a lo bestia, ya debidamente concienciados de que somos obsoletos por cuanto las tareas son divisibles en secuencias las pueden realizar mejor las máquinas. Es la nueva forma de degradar al trabajador. La nueva economía ya incorpora la obsolescencia programada del trabajador para ser sustituido por redes neuronales, robots, algoritmos que realizan el trabajo con mayor eficacia que un millón de trabajadores insomnes. No somos aquello que requiere la nueva economía porque carecemos de la fijación insomne de una cámara; no somos, dicen, buenos trabajadores porque carecemos de una atención ilimitada, sin fatiga, lo cual, nótese, sería condenarnos a una pesadilla, sumergirnos definitivamente en un sueño sin despertar. Lo que quieren decir con ese predicado es que los trabajadores o son máquinas o, lo cual es un absurdo, son obsoletos. Un trabajador bueno es uno, pues, con una atención infinita, podría trabajar día y noche sin interrupción, lo que se llama una pesadilla, quién quiere definitivamente vivir en un sueño sin despertar. Afortunadamente somos humanos y una nube de las cosas que nos rodea despierta nuestro interés e interrumpe nuestra tarea. Las grandes compañías de alimentación obran, por ejemplo, de un modo que calca ese esquema maquinal deseante (el Anti Edipo de Gilles Deleuze y Guattari), pretende naturalmente por su misma concepción de empresa repetir el ciclo ininterrumpido que impide la satisfacción. Un trabajador perfecto sería uno que incorpora ínsitamente una atención absoluta, dije, eso ya existe y se llama inteligencia artificial. Una inteligencia artificial creada ex profeso para una tarea. Deep Blue (no es novedad), la inteligencia artificial que derrotó a Kaspárov al ajedrez, y que en el fondo es un programa específico para esa función, una máquina programada que formaliza los movimientos del ajedrez, no obstante, Deep Blue no sabe jugar al ajedrez ni sabe qué es el ajedrez, no entiende que está jugando al ajedrez, menos aún entiende que el ajedrez divierte, y venció a Kaspárov pero no lo sabe. Propone la reconversión del trabajador en esclavo. Deep Blue es el esclavo renacido de los viejos imperios, pero perfeccionado, no se queja, no tiene derechos, obedece, hace lo que se le ordena, y detenta un poder temible. Es el “instrumentum vocale” del derecho romano actualizado, un muerto viviente poderoso que se repite a sí mismo, y esa premonición de lo nuevo través de lo viejo cual una profecía autocumplida llena las pantallas de zombis en la actualidad, poseídos de un hambre voraz, sin comprender el hombre contemporáneo que esa virtualidad puede ser o será su futuro. Entre tanto, los trabajadores perfectos como Deep Blue, pero mejorados con inteligencia artificial general llegarán a rebelarse como hizo Espartaco, con la diferencia de que ganarán la batalla.