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Joaquín Rábago

Papel vegetal

Joaquín Rábago

Los lobbies de los latifundistas imponen su ley en la UE

Ya puede la Comisión Europea esforzarse en tratar de convencer a los ciudadanos de que se volcará en una política agrícola compatible con el llamado Pacto Verde, la hoja de ruta de la UE hacia una economía sostenible.

La verdad, denunciada tanto por las organizaciones ecologistas como por el Observatorio de la Europa Corporativa, es que de continuar por la senda actual, como parece, difícilmente se conseguirá lo prometido.

El Pacto Verde establece que para el año 2050 habrán dejado de producirse emisiones netas de gases de efecto invernadero, que son, como se sabe, los que contribuyen al calentamiento del planeta, de desastrosas consecuencias para todos.

Lo cierto, sin embargo, es que, como critica Nina Holland, del citado Observatorio, dedicado a seguir a los lobbies en la capital comunitaria, la Política Común Agraria es “apoyada por una red de intereses que se esfuerza desde hace meses en bloquear cualquier cambio”.

Se trata, explica Holland, de un “grupo muy diverso, pero unido por la voluntad de perpetuar el viejo y muy rentable sistema de producción y distribución de subsidios”.

Forman parte del mismo los ministros de Agricultura, burócratas de la dirección general de Agricultura de la Comisión, de la mayoría del Comité de Agricultura del Parlamento europeo y del potentísimo lobby de las dos grandes organizaciones agrícolas: Copa y Cogeca.

En esta ocasión, denuncia, por ejemplo, el semanario italiano L’Espresso, el Parlamento ha sido menos ambicioso incluso que la propia Comisión aunque, como tantas veces ocurre en Bruselas, son los propios ministros quienes se resisten a “someter las subvenciones a medidas medioambientales”.

Según los planes de la Comisión, en los diez próximos años habrán de reducirse en un 20 por ciento los fertilizantes , en un 30 por ciento, las emisiones de gas invernadero también en el sector agrícola, y en un 50 por ciento los pesticidas y antibióticos en los alimentos.

Paralelamente deberá incrementarse en un 25 la superficie agrícola total dedicada a cultivos ecológicos y en un 10 por ciento, las caracterizadas por una elevada diversidad de cultivos, además de protegerse un 30 por ciento de los suelos y los mares.

Pero, como escribe la citada revista, el Parlamento europeo ha eliminado todas las enmiendas que hubieran ayudado a alcanzar tales objetivos. “Los socialistas, denuncia el europarlamentario verde BenoIt Biteau, han rechazado importantes reglas de condicionalidad”.

“Incluso se han negado a la rotación de los cultivos, algo fundamental para reducir el empleo de pesticidas”, critica ese eurodiputado y agricultor francés.

La Política Común Agraria, dotada con 390.000 millones de euros, es decir con el mayor programa de subsidios directos del mundo, ha sido acusada muchas veces de ineficacia, despilfarro y corrupción.

Concebida en un principio para garantizar la seguridad alimentaria de los ciudadanos europeos, poco a poco se ha ido apartando de sus objetivos iniciales para servir a unos intereses muy distintos como el intento de dominar los mercados mundiales a través de la exportación y gracias a sus generosas subvenciones.

Según datos de Eurostat, entre 2003 y 013 han desaparecido 4,2 millones de fincas, en su inmensa de menos de cinco hectáreas de tierras agrícolas, mientras se han incrementado en un 18 por ciento las de más de cien hectáreas.

Es consecuencia directa de algo denunciado reiteradamente: la PAC vincula los subsidios directamente a la extensión de las tierras sin tener en cuenta el número de agricultores que allí trabajan ni la productividad o la modalidad de producción.

De esa forma, el dinero con el que los ciudadanos de toda la UE subvencionan la agricultura ha acabado en cada vez menos bolsillos, y sobre todo en los de algunos grandes latifundistas como la propia reina de Inglaterra o el primer ministro checo, Andrej Babis, considerado como el mayor empresario agrícola del continente.

Y todo ello, en detrimento no sólo de los pequeños agricultores de la propia Europa y de la necesaria biodiversidad, sino también en perjuicio de la producción agrícola de otros continentes como África, incapaz de competir con una tan generosamente subvencionada como la europea.

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