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Observatorio

El panorama tras la tormenta

Cuando hablamos de la crisis económica provocada por el covid-19, las miradas se dirigen inmediatamente al gobierno, a la Unión Europea y al Banco Central Europeo, en cuyas manos, decimos, están los instrumentos para paliar el problema actual y hacer frente al futuro. Pero a menudo olvidamos algo importante: tanto la supervivencia como la recuperación y el crecimiento futuro pasan por las empresas, que son las creadoras de la mayor parte del producto interior bruto, del empleo y de la renta de los españoles.

El Banco de España nos invitó hace unos días a hacer un ejercicio de realismo, al presentar los resultados de la Central de Balances del tercer trimestre de 2020, con previsiones sobre el futuro que no son del todo halagüeñas. Los balances de las empresas españolas resumen, en cifras, lo que ya sabíamos: una gran caída del nivel de actividad y del empleo de las empresas, un aumento de su endeudamiento y un deterioro considerable de su rentabilidad: el 36% de las empresas españolas han tenido una rentabilidad ordinaria negativa en el pasado trimestre.

La otra cara de la moneda de estas cifras es el aumento de las insolvencias empresariales: los concursos de acreedores han crecido en Catalunya un 34% en el tercer trimestre de este año. La manera de sobrevivir de muchas empresas fue la reducción del empleo, el recurso a los ertes y un aumento considerable de su deuda, gracias, sobre todo, a los avales del Instituto de Crédito Oficial y al retraso en el pago de algunos tributos. Gracias a esto, las empresas consiguieron aumentar su liquidez, en medio de la incertidumbre sobre la evolución de la pandemia y sobre la recuperación de la demanda. Más caja, o sea más depósitos en el banco, es más ahorro, o sea, menos consumo en las familias y menos gasto de inversión en las empresas. A partir de ahí se explica la caída del producto interior bruto.

A partir de esos datos, el Banco de España llevó a cabo un ejercicio de simulación, del que resultaba que un 40% de las empresas experimentan ya ahora lo que el banco central llama una «presión financiera elevada», que quiere decir que sus resultados corrientes no les permiten cubrir sus gastos financieros, especialmente entre las pymes y los sectores más afectados por las restricciones como hostelería, restauración, ocio y vehículos de motor.

El siguiente paso de la simulación fue prever la posible insolvencia futura de esas empresas. El porcentaje de empresas insolventes ha aumentado en un 15% en los tres primeros trimestres de 2020, cuatro puntos más que en el año anterior, en su mayoría pymes; las que, a la vista de evolución futura de sus resultados, serían probablemente inviables podrían llegar a ser el 9% del total de empresas. Dicho más claramente: es probable que el 9% de las empresas hoy existentes acaben teniendo que desaparecer, porque la alternativa a corto plazo sería convertirlas en zombies, que sobrevivirían por el procedimiento de renovar continuamente unos créditos que, en el fondo, no podrían devolver.

Las conclusiones del estudio del Banco de España pueden parecer pesimistas. Desde luego, no están condenando a muerte ninguna empresa: son previsiones sobre el colectivo de las empresas españolas. Pero nos invitan a considerar la pérdida de capacidad productiva –recuperable, si las instalaciones y maquinarias se venden de otras empresas–, de capital organizativo y de capital humano –los empleados que, después de una cadena de ertes, acabarán en un despido definitivo– y el aumento de riesgos que la morosidad causará en las instituciones financieras.

Todo esto nos lleva a pensar que nos esperan años difíciles. Y, al mismo tiempo, esas previsiones están pidiendo la extensión de las medidas de apoyo a las empresas solventes, como el sostenimiento de las rentas de las familias, los incentivos a las entidades financieras para la concesión o ampliación de los créditos. En el caso de empresas ahora insolventes pero viables, la reestructuración de la deuda mediante quitas o la conversión de deuda en acciones. Y, para las insolventes e inviables, mecanismos más ágiles y flexibles de liquidación. Empezábamos mirando a las empresas y acabamos volviendo a mirar a las administraciones públicas. Es la hora de la colaboración: si no, la barca no se mantendrá a flote.

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