La Provincia - Diario de Las Palmas

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A riesgo de convertir mis breverías en un muro de lamentaciones, quiero meterme hoy con los cubiertos.

Como Uds. saben por dolorosa experiencia, un cuchillo de pescado tiene más bien forma de paleta, y no tiene filo. Con lo cual si les sirven un pescado entero, les desafío a que puedan separar la cabeza del resto del bicho. Como también les será imposible cortar unas papas que les hayan presentado junto con el besugo, para trocearlas a la medida de su boca. La forma plana del resto del cuchillo viene bien por ejemplo para desprender la piel del pescado de la carne del mismo, pero la verdad es que tampoco se requiere mucha maña para conseguir el mismo desollado con el versátil cuchillo “multivianda” de toda la vida.

Y si consideramos el cuchillo que nos ofrecen para manipular un bistec o un entrecote, verán que con frecuencia su hoja es puntiaguda. La única ventaja que le veo a dicha punta es que pueda desanimar al comensal malcriado que suele meterse el cubierto en la boca. De hecho, ya en el siglo XV se procedió por motivos de seguridad a redondear la punta del cuchillo. Se supone que no sólo para no pincharse accidentalmente, sino para evitar que se utilizara el cubierto como puñal si surgía alguna desavenencia seria entre los comensales.

Pero curiosamente cuando realmente se extendió tan acertada medida fue en la corte del rey Luis XIII de Francia. Y digo curiosamente pues no parece dicha institución la más propicia a introducir novedades en los usos y costumbres mundanos. Recordemos que la higiene corporal solía sustituirse por un abundante uso de perfumes y colonias, y que los buenos modales tampoco eran el fuerte del monarca. Sin embargo a su primer ministro, el cardenal Richelieu, le incomodaba que su canciller Pierre Séguier diera el espectáculo a la mesa al utilizar su cuchillo como si fuera un mondadientes, limpiando los restos de comida atascada en su dentadura con la punta del mismo. Por lo que con su acostumbrada afición a salirse con la suya, mandó redondear los bordes de la punta de toda la cuchillería de la corte. Una medida que afortunadamente se ha conservado hasta nuestros días.

Sobre el tenedor no tengo queja. Desde su puesta de largo oficial, también en la corte francesa hace 300 años, ha ido cambiando su número de puntas. Pero desde que al número de pinchos, a la sazón 3, se le añadiera una cuarta punta para permitir a los italianos manipular sus queridos espaguetis, su aspecto no ha variado sustancialmente desde el siglo XVIII. Lo cual es de agradecer.

Aunque ello no quita que los propios franceses, tan circunspectos ante lo punzante, no se fíen siquiera del humilde tenedor, y lleven sumo cuidado al montar la mesa, colocando siempre dicho cubierto con las puntas hacia abajo.

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