La Provincia - Diario de Las Palmas

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Juan Francisco Martín del Castillo

La isla de los mendigos

Escribía Italo Calvino que “el humor de quien la mira da forma a la ciudad” (Las ciudades invisibles) y uno reflexiona sobre cuál será el humor de los futuros turistas que visiten la Isla, sobre todo, cuando lleguen a sus países las noticias de la invasión migratoria que experimenta en estos momentos el Archipiélago.

¿Pasarán de largo o, por el contrario, como pienso, meditarán muy seriamente el desplazamiento y la posterior estancia en unos establecimientos que, ahora mismo, son las improvisadas residencias de los inmigrantes? ¿Cómo recibirán la imagen que se proyecta de unos hoteles tomados por los recién llegados? ¿No concluirán que aquellos locales en donde forjaron sus recuerdos de pasadas vacaciones son ahora una cosa muy distinta? En definitiva, el celebrado glamour de unas instalaciones hoteleras pasará a ser una estampa de los viejos tiempos, algo que únicamente será visible en los álbumes familiares, porque la realidad apunta en una dirección opuesta. En nuestros días, cuando el flujo migratorio persiste, pese a las medidas arbitradas por las autoridades, se ha vuelto constante la muestra de algunos hoteles emblemáticos del sur grancanario. Por ejemplo, el complejo Waikiki, conformado por varias edificaciones circulares, es el protagonista de unas imágenes que han dado la vuelta al mundo. Los inmigrantes sentados en sus balcones dan testimonio de una solidaridad, pero también de una quiebra en el principal motor económico de la Isla y, por extensión, de todo el Archipiélago. Lo que fueron alegres habitaciones que acogían al turista ansioso por disfrutar de la bonanza de un clima envidiable son ahora el lugar de recogida de unas gentes deseosas de una oportunidad que no encuentran en sus países de origen. Habitáculos, según nos afirman, desprovistos de las comodidades de un hotel de lujo, todo sea por no transmitir la imagen de que los turistas, si llegan, habrían de compartir los mismos elementos que los asilados. Y es en esta imagen en la que me quiero centrar, en su proyección internacional y en el juicio que pudiera hacerse de ella más allá de nuestras fronteras.

La isla del sol y las playas, el paraíso de paz y tranquilidad a dos horas de vuelo del continente europeo, devendrá en la isla de los hoteles de mendigos, porque, recuérdese, la mayor parte de la masa hotelera se asienta en el sur insular, justo donde se hacinan los inmigrantes salidos del muelle de Arguineguín. Ya lo dijo Fernando Savater, en absoluto sospechoso de intolerancia migratoria, en su Diario Filosófico, al reconocer “la obligación civilizada” de asilo, pero a la que ponía una sola limitación, la prudencia. Una prudencia que debía equilibrar el derecho de hospedaje “con los recursos sociales del país”. Dudo mucho que los políticos que nos gobiernan hayan tenido semejante cautela. Al contrario, la han marginado por una descarada huida hacia delante que oposita a la estupidez. Determinados medios, más atentos a las consignas de partido que a la necesaria prudencia, han venido en calificar de “cuasifascistas” a los alcaldes que luchan por los legítimos intereses de sus vecinos, confirmando lo que Lichtenberg sentenció sobre los llamados “eruditos gacetilleros”, los que están por encima de la realidad hasta llegar a tutelarla: “creen en el error de los indios, que consideran al orangután como uno de los suyos” (Breviario de aforismos). Estos diarios nacionales no informan ni dan noticias, y mucho menos de los canarios, sólo reprimen el clamor de un pueblo, el nuestro, que quiere una salida digna para los refugiados, pero que no comprometa su modo de vida ni tampoco su economía. Si atendemos a uno de los platos de la balanza, es más que probable que la isla de Gran Canaria sea la Isla de los Mendigos, y no sólo por los que llegan a sus orillas en busca de algo mejor, sino por los que tienen fijada su residencia en esta tierra dejada de la mano de Dios.

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