La Provincia - Diario de Las Palmas

La Provincia - Diario de Las Palmas

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Javier Durán

Una losa para un tímido

Galdós se hubiese autoinducido un coma de vergüenza ante el morbo literario que ha despertado el fajo de cartas llena de alusiones cachondas que envió a su amor clandestino, Emilio Pardo Bazán. La desaparición misteriosa de las mismas de la biblioteca del académico González de Amezúa casa exactamente con el cariz clandestino de sus amoríos entrecruzados, siempre bajo la presión de las ayudas que pasaba a sus ex. El novelista, solterón, no era en este sentido (y en otros) un exhibicionista de salón, sino que más bien se dedicaba al ocultismo, recurriendo a amigos para los aprietos y creando entre sus parejas y su familia un telón impenetrable. Extraña obsesión para un autor absolutamente poseído por la psicología de los personajes femeninos, como es sabido. Entre una cosa y otra, las conjeturas sobre la escritura pasional de Galdos se entremezclan con el drama acelerado de la pandemia, teorías ilusionantes sobre el paradero de las encendidas epístolas (algunos las llaman eróticas, como si formasen un original que aspira al premio La Sonrisa Vertical, ya desaparecido). Las hipótesis calenturientas sobre la correspondencia Galdós-Pardo Bazán tienen como punto de partida el carácter extrovertido que muestra la novelista en sus cartas al amante (donadas y recogidas en un libro), de lo que se deduce que las enviadas por él (en paradero desconocido) también dan rienda suelta al juego libidonoso. A favor de ello, el testimonio de Guillermo Blázquez, un conocido librero de la Cuesta de Moyano, que, según su versión, pudo leer algo del contenido de las cartas hace 30 años en la biblioteca de González de Amezúa. El escritor Andrés Trapiello ha defendido la seriedad del anticuario especialista en epistolarios de escritores españoles. ¿Dónde se encuentran? Nadie lo sabe. En caso de conservarse, el coleccionista que las tenga estará frotándose las manos dada la expectación que hay alrededor de la correspondencia. La trama tiene todos los ingredientes para dejar huella: de la Torre de la Quimera del pazo de Meirás, el lugar de trabajo de Pardo Bazán, a un destino desconocido, antes o después de que Franco ocupase la residencia. Décadas después, la devoción archivística y bibliófila de un catedrático, y luego, un librero como el de Mendel el de los libros (Stefan Zweig) acostumbrado a los estantes más profundos. Y bajo (o encima) la discreción de Galdós, que al parecer (o eso dicen) no las recuperó y no las destruyó. Una losa para un tímido.

Compartir el artículo

stats