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Javier Durán

El Rey toma partido por Azaña

Si hay un emblema humano del final del sueño burgués y laico de la Segunda República es Manuel Azaña, martirizado en su exilio/huida por el descontrol de los que acariciaban el extremo opuesto: la revolución marxista leninista.

Negrín, nombrado por el autor de El jardín de los frailes, pero más conocido por su discurso Paz, piedad y perdón, intentó poner orden con el general Rojo entre un ejército panchovillesco, forjado entre facciones y rencores. Imposible. El científico, en el frente, ordenó y rogó al presidente Azaña su retorno para ejercer de mando agónico frente a Franco; sin embargo, ya era una piltrafa humana desbordada por la autoinculpación, dispuesta para autoinmolarse de sufrimiento por la dimensión del drama. Ochenta años después, el rey Felipe VI acude a la Biblioteca Nacional para inaugurar una exposición sobre el intelectual ateneista, mientras Podemos, desde el Gobierno de Pedro Sánchez, no para de golpear el tam tam contra la monarquía, con especial entrega sobre la figura del emérito y sus irregularidades financieras y fiscales. No faltan los que han visto en el gesto real una concesión graciosa a los que cuestionan su régimen y reclaman una reforma constitucional, una fórmula para sellar una especie de pax ante un contexto atosigante y axfisiante, pero también arriesgada dado el tono cada vez más intransigente de los que no ven otra cosa que maniobras desde Zarzuela. Más allá del pedregal del día a día, el acercamiento a Azaña por parte de la Corona encierra el ejemplo de una generación con grandes valores, de una gran formación (un hemiciclo lleno de catedráticos), que, pese a ello, no pudo frenar los desencuentros que provocaron la guerra civil. Lejos de las lecturas que pueda hacer una ultraderecha en estado de altivez, siempre dispuesta a soluciones políticas excluyentes y a echar gasolina a la provocación, el pronto de Felipe VI por Azaña -una magnífica recomendación de su gabinete- debería observarse desde un ejercicio por la convivencia. Diría aún más: el convencimiento de que le queda por delante un arduo trabajo para estabilizar a una institución acosada. Pero no sólo por la vigilancia de la izquierda republicana, sino también por nuevos movimientos golpistas alimentados por una trama fascista, con poderosos tentáculos desinformativos, que trata de poner al monarca en un aprieto. Ante ello, Felipe VI tiene que tomar partido, y creo que lo hace de forma correcta: por Azaña, un pensamiento razonable.

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