La Provincia - Diario de Las Palmas

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Marrero Henríquez

Escritos antivíricos

José Manuel Marrero Henríquez

Un armario encima de la silla

Al embozado forzoso le han dicho con tono reprobatorio que tiene un armario encima de la silla. Y el caso es que, como es lógico, no tiene un armario encima de la silla, sino que lo que en verdad tiene es una pila de pantalones que deberían estar guardados en un armario y no apilados encima de esa silla. La expresión utilizada, “tienes un armario encima de la silla”, contiene la metáfora que identifica la pila de pantalones con un armario y también la hipérbole que exagera la dimensión de esa pila y la transforma en un armario. “Un armario encima de una silla” es una metáfora que es al mismo tiempo una hipérbole, un metáfora hiperbólica, eso es lo que le han dicho hoy al embozado forzoso para que haga algo con una ropa que no debería estar donde está.

Si el embozado forzoso fuese un tipo normal se sentiría avergonzado por no haber ordenado sus prendas y por haberlas dejado acumularse sobre una silla durante no sabe bien cuánto tiempo. A juzgar por su volumen una cuantas semanas deben haber pasado. La dimensión de la pila de pantalones es realmente grande. Pero el embozado forzoso no es una persona normal y corriente, y en lugar de poner las cosas en su sitio se dedica a reflexionar sobre la expresión metafórica con que le han llamado la atención para que ponga las cosas en su sitio.

Y mientras reflexiona sobre esa expresión pasan días, y los días se convierten en semanas, y las semanas en meses y, de seguir así, los meses podrán convertirse en años. El caso es que ahora, más que un armario, tiene un elefante sobre su silla, con trompa, gruesas patas y rabo. Incluso un elefante que barrita, porque esa pila no sólo afecta a la percepción visual sino que canta y empieza a ser perceptible al olfato, así que la metáfora inicial bien podría modificar la comparación implícita de la ropa acumulada sobre la silla con un armario por la comparación con un elefante, un elefante inmenso y sucio que empieza a apestar.

 El embozado forzoso deja de reflexionar sobre las metáforas y se decide a terminar con esa situación tan poco edificante. Cogerá las prendas que están sobre la silla y las clasificará por colores, luego hará los correspondientes lavados y, después de secar todo al aire de la terraza, las pondrá en su sitio, donde corresponde, bien ordenadas en los cajones donde deberían estar. Todo volverá a su equilibrio original y ya nadie podrá llamarle la atención con metáforas hiperbólicas.

Así que dicho y hecho. El embozado forzoso se dirige con gran decisión al dormitorio para cumplir su objetivo, pero se da de bruces con un montón de ropa que no sólo ocupa el hueco de la puerta y no le permite acceder a la habitación sino que incluso avanza algunos metros hacia el pasillo. De repente el embozado forzoso se da cuenta de la verdadera dimensión del tiempo perdido; han tenido que pasar años para que las prendas hayan llenado el cien por cien del volumen de su dormitorio y hayan podido avanzar unos metros pasillo adelante.

Perplejo y sin saber bien qué hacer el embozado forzoso va al salón y se sienta a meditar. Igual que pensaba ordenar el armario sobre la silla, o el elefante sobre la silla, podrá ahora ordenar lo que se ha convertido en un transatlántico sobre la silla, un transatlántico que avanza por el pasillo y que amenaza con ocupar la casa. Porque ahora la metáfora más adecuada para dar cuenta de lo que está sucediendo es la del transatlántico sobre la silla. Un transatlántico que no está anclado, sino que navega pasillo adelante hacia el salón y se enseñorea de la casa.

De hecho, la ropa asoma ya por la puerta del salón y casi llega al sillón donde el embozado forzoso reflexiona sobre qué hacer con tanta metáfora. Y mientras reflexiona, la ropa lo empuja hacia la terraza. El embozado forzoso se decide y comienza a clasificar por colores esa ropa que avanza inexorable. La clasifica para lavarla y secarla y reponerla en el lugar de origen. Pero no da abasto y sus esfuerzos son inútiles. La ropa gana terreno y lo arrincona en una esquina.

El embozado forzoso está perdido y nada resuelve que ordene prendas a toda velocidad porque las prendas avanzan y avanzan y están a punto de hacerlo caer a la calle desde la terraza, que está a una altura de seis pisos. Si cae, sin duda morirá. Y morirá porque una metáfora hiperbólica elevada al absurdo habrá ocupado con prendas todos los rincones de su casa hasta precipitarlo al vacío.

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