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Ángel Tristán Pimienta

El ‘cojonavirus’ y el oleaje mortal

Hay una serie de lugares comunes ya obsoletos, y fuera del circuito científico, que se mantienen artificialmente montados en el caballo del Cid Campeador.

Cuando el ‘coronavirus’ llegó a España, muchos científicos creían que se trataba de una gripe nueva. Los datos que venían de Wuhan eran compatibles con esa presunción. Los casi tres mil muertos que reconocieron las autoridades chinas era una cifra mucho menor que los 15.000 muertos por la gripe estacional en España en la temporada 2017-2018.

Pero en cuanto pasaron unas semanas, que parecieron una eternidad por el goteo constante de contagiados y fallecidos, que encogía el corazón, fue asumiéndose que la pandemia era como las antiguas pestes. En ese terreno desconocido, donde cada día aparecía una nueva cara de la enfermedad, se caminó como el doctor Livinsgtone en la selva africana cuando buscaba las fuentes del Nilo. Ese procedimiento, método científico por antonomasia, fue considerado empero en algunos círculos como prueba inequívoca de la incompetencia. La derecha machacó diariamente con este mantra. Aún hoy, se repiten estas boberías, a pesar de lo que está pasando en Europa con la segunda ola.

Igual que se le otorga valor enciclopédico a los iniciales consejos sobre las mascarillas. Lo oímos cada dos por tres segundos en las Cortes: “antes se decía que no eran imprescindibles y ahora se afirma que lo son”. Antes no había mascarillas disponibles, y ahora las hay. El fenómeno fue europeo: las mascarillas habían sido ‘deslocalizadas’ por la globalización. Casi todos los países, presas de la economía del ahorro de costes, las encargaban a China, el gran suministrador mundial.

Alemania, y otros estados del norte de Europa, eran el ejemplo de las cosas bien hechas. Eso era cierto. Sus medios, con una fuerte implantación de la atención primaria y la medicina preventiva, obraron el segundo gran ‘milagro alemán”.

En España, donde las políticas conservadoras habían llevado estas especialidades hasta la anorexia crónica, lo que no era negocio no era importante.

Sin embargo en estos momentos Alemania está sobrecogida; a la canciller Angela Merkel se le saltaron las lágrimas en una emotiva comparecencia en televisión. La covid19 ha resucitado con fuerza; se ha metido en las residencias de ancianos. “Algo habremos hecho mal”. Lo mismo está ocurriendo en otros muchos países.

Hay una explicación razonable: la relajación de las costumbres.

Pero por otra parte hay que tener en cuenta que todos los gobiernos han intentado por todos los medios buscar un equilibrio compatible entre la defensa de la salud y la defensa de la economía. Una economía arruinada e irrecuperable a corto plazo, también tiene secuelas mortales. El paro lleva en sí el hambre. Y el hambre, como me explicaba en abril un epidemiólogo andaluz, mata, y sobre todo mata a la parte más débil de la sociedad.

Repasando el diario del confinamiento, que llevé minuciosamente desde que olí la tostada con el primer caso del alemán en La Gomera, compruebo que nada ha cambiado. Que se sigue jugando con el ‘monopoly’ la muerte con los mismos argumentos. Si con el ‘estado de alarma’ la derecha criticaba al presidente del Gobierno por autoritario, dictatorial y centralista, que no repartía la responsabilidad con las comunidades autónomas, cuando las repartió le acusaban ‘ipso facto’ y lo siguen haciendo por haberlas repartido. Y dos huevos duros. No, que sean tres huevos duros.

La clave de este arco de bóveda es que quien comparta la competencia no sea un irresponsable ni un o una friki a quien parezca faltarle un par de hervores. Y pongamos que hablo de Madrid; que para miles de madrileños eso de Madrid al cielo es una realidad adelantada innecesaria e insensatamente.

Algunos políticos tienen miedo de decirle a la gente la verdad, aunque no les guste, que es una máxima que popularizó Largo Caballero. Sin duda, una de las causas de que la curva se haya vuelto Everest es de aquellos ciudadanos que no han mantenido las medidas de protección básicas contra el contagio: la mascarilla y la distancia de seguridad interpersonal. Las limitaciones de las reuniones familiares son obvias: al virus lo meten en la casa las personas. No están escondidos en la nevera o en el microondas.

En un archipiélago, por ejemplo, es una estupidez criticar que no haya un único y monolítico criterio. Una isla es una isla. Cerrar Tenerife es una medida preventiva inevitable. Como será, si llega el caso, confinar a otras que alcancen estos niveles de peligro.

Lo más importante en estos momentos, de todas formas, es cortar en seco el discurso de la frivolidad y la rabieta política. Ir sin mascarillas y sin el metro y medio de aire en medio es de insensatos o anormales. Incluso en las reuniones familiares. Porque el virus no respeta la navidad ni el fin de año.

“Mamá, estoy cansada del cojonavirus”, decía una niña a su madre sanitaria.

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