La Provincia - Diario de Las Palmas

La Provincia - Diario de Las Palmas

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Juan Cruz Ruiz

Testigo de calle

Juan Cruz Ruiz

Óscar Domínguez tiene quien le escriba… del todo

A base de rodearlo, y de sepultarlo, de tópicos sobre su vida azarosa, hasta el punto de que en su propia tierra se le llegó a degradar por su vida disoluta, se ha terminado por creer que Óscar Domínguez fue un ser humano estrafalario, un artista que copió y un individuo poco de fiar. Hacía falta, y ya está aquí, en su propia tierra natal, escrito por un profesor dedicado y delicado, llevado por el más honesto de los sentimientos, la curiosidad, un libro que mira al pintor de origen lagunero y de dimensión universal desde todos los puntos de vista, con énfasis en su actividad artística. El profesor que ha llevado a cabo esta obra monumental (por el esfuerzo intelectual y documental y por el volumen también, más de cuatrocientas páginas) es José Carlos Guerra Cabrera, que ya ha dado a las librerías y a las bibliotecas otras muestras de su impresionante paciencia para desvelar otros misterios de la historia de la vida o del arte. Desde Bajamar, donde reside, y desde su sabiduría, aprendida en La Laguna y Barcelona, recorrió todos los rincones de Europa por donde estuvo hasta su muerte en 1957 aquel isleño genial, para conseguir documentos en los que se revela minuciosamente la vida pero también la obra, la propia y la falsificada, del más generoso corresponsal que tuvo la fecunda etapa surrealista que llevaron a cabo, en la época republicana, sus amigos de Tenerife, entre ellos Eduardo Westerdahl, Domingo Pérez Minik y Pedro García Cabrera. Esa obra de Domínguez, en su esencia pictórica, adelanta Guerra en seguida que se abre el libro, “ha sido bien estudiada”, entre otros por el propio Westerdahl, Fernando Castro Borrego, Emmanuel Guigon, Julie Legardian, Pilar Carreño e Isidro Hernández… Pero, y aquí viene la raíz del esfuerzo de José Carlos Guerra, “no ocurre lo mismo con su actividad artística, con la recepción de su obra por sus contemporáneos y con varios aspectos de su biografía”. A esa actividad ingente, que le ha obligado a tanto viaje y a tanta correspondencia con las instituciones o las personas que tuvieran los datos, ha dedicado Guerra estos últimos tres años, con el rigor de quien se prepara para el juicio de un tribunal que ahora serán los otros especialistas y también los lectores.

En la introducción de la obra, que cuenta con una edición ejemplar, llevada a cabo en Litografía Romero, José Carlos Guerra da cuenta de las raíces de su conocimiento, y el largo índice de agradecimientos muestra la cantidad de puertas a las que debió tocar para que no quedara suelto ningún eslabón de los que constituyeron las andanzas, pictóricas y vitales, de aquel personaje humano al que persiguieron el desenfrenado amor por la vida y también la desgracia de la enfermedad, y finalmente la tentación no vencida del suicidio. En algunos de sus cuadros ese viaje metafórico al fin de la noche forma parte de las visiones de sus cuadros. Y estos, los cuadros, son materia prima muy principal de la edición, pues su disposición bien estudiada y su reproducción excelente avalan lo que, nada más empezar, dice el autor para despejar desde el inicio los tópicos que han contribuido a sepultar a Domínguez, ay, hasta en su propia tierra, donde una vez tuvo un museo que llevaba su nombre… Dice José Carlos Guerra, para que nadie se lleve por los placeres que procura la duda alimentada acerca de personajes de este calado de lo que sucedió una vez avanzada su carrera en pos de la verdad sobre Óscar Domínguez: “Lentamente ha emergido ante mí la figura de este canario universal, un artista de un ingenio creativo inconmensurable, una personalidad entregada absoluta y obsesivamente a la pintura y a la búsqueda de un lugar de preeminencia en ella equiparable al de su amigo Pablo Picasso”. Como es notorio, en esa vida hubo los desenfrenos a los que conduce la desmedida ansiedad por el triunfo y ese “apresuramiento” lo puso, al fin, ante la decisión más cruel que puede tomar un hombre. Ese suicidio tuvo (y está reflejado minuciosamente en el libro) una importante cobertura, sobre todo en Francia (a Tenerife la noticia llegó días más tarde), y ha tenido en la historia tal repercusión que opacó casi por completo, de la vida de Domínguez, la importante contribución artística que aquí queda de manifiesto.

La vida exagerada de Domínguez y el lado oscuro de su trabajo, el de falsificador, son materia de este Óscar Domínguez. Obra, contexto y tragedia. No es un libro de impresiones; cada hecho, cada andanza, cada ocurrencia que tuviera relevancia, está contado como por un notario ilustrado que ha ido buscando en los archivos de las distintas entidades o personas a las que acudió. Pero lo minucioso no olvida la categoría, que es la esencia de pintor, de artista, de este ser humano al que además los contemporáneos que le sobrevivieron se referían siempre como un amigo generoso que, desde París o desde estuviera, jamás les negó la ayuda que precisaron para sus respectivas aventuras personales o artísticas. Eso produjo entre ellos un activo afecto por Domínguez, al que jamás abandonaron como referente de sus propias suertes y al que siempre le dedicaron elogio no solo por lo que hizo sobre el lienzo sino sobre el corazón de la amistad. Por esa razón, porque era un gran artista y porque no fue un personaje cualquiera, tuvo entre aquellos supervivientes de la alegría y la tragedia del siglo XX un homenaje duradero que, de manera misteriosa, halló entre nosotros, en tiempos más actuales, la retirada de su nombre como emblema de un museo que en un principio le estuvo dedicado. Este libro de José Carlos Guerra no es un museo, pero es un honesto, profundo, necesario homenaje a un testigo activo de la más brillante etapa del arte del siglo XX, en Canarias, en España, en Europa y en el mundo. Aquí está Óscar, para conocerlo mejor.

Compartir el artículo

stats