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Alfonso González Jerez

RETIRO LO ESCRITO

Alfonso González Jerez

Buscando visa

Todas las otras fuerzas políticas de ámbito nacional se niegan a admitirlo, pero el PP de Canarias, en la práctica, nunca lo ha rechazado: es una franquicia en el archipiélago. Podría decirse más amablemente: los conservadores canarios –entre los cuales hay tan pocos liberales como entre los conservadores españoles – se sienten planamente integrados en un proyecto nacional. Sería más amable, pero inexacto. Aquí los llamados populares jamás han buscado siquiera engalanarse con matices propios. Por supuesto que no han practicado ninguna forma de feijoísmo (vestir como un partido regionalista, elevando al lacón con grelos a ideología y casi olvidando que existe una Junta Directiva en Madrid) pero es que ni siquiera emula el andalucismo prosódico de Juan Manuel Moreno. Nada. El PP canario ha sido sino una organización gris marengo y traje sastre, que solo ha dispuesto de dos auténticos liderazgos: el de José Miguel Bravo de Laguna, condotiero de sí mismo que gobernaba el partido desde despachos, entierros y restaurantes, como en plena Restauración canovista, y José Manuel Soria, el único político del PP isleño con un instinto de modernidad carnívoro, lector del Wall Street Journal y navajita plateá, capaz de entrar y salir de las tiendas buscando votos y de entrar y salir de Panamá sin recordar nada.

La única manera que tenía este PP de ganar unas elecciones autonómicas era que su marca prosperase extraordinariamente en España y que dispusiera de un dirigente capacitado y ferozmente ambicioso, y ambas circunstancias confluyeron en 2011, cuando José Manuel Soria se hizo con el triunfo de más de un 32% de los sufragios emitidos, 288.800 votos, y 21 diputados, muy por encima de los 225.700 de la CC de Paulino Rivero. Obviamente Rivero pactó con el PSOE, no por un motivo ideológico ni para conservar ninguna puñetera centralidad, sino para seguir siendo presidente del Gobierno.

La crisis del liderazgo del PP – la caída en desgracia, por sus propias torpezas, de Asier Antona, premiado con un escaño en el Senado como quien le da una tiza – ha venido a coincidir con la pérdida del Gobierno central desde que Mariano Rajoy fue desalojado por la moción de censura de junio de 2018. La solución coyuntural para la encabeza la Junta Directiva del PP de Canarias, María Australia Navarro, la mayor animadora del equipo de Soria y líder grancanaria por delegación y consejera de Presidencia en el mandato de Adán Martín, se convirtió en definitiva en septiembre de 2019: para calentar la tibieza de algunos corazones el mismo Teodoro García Egea se trasladó a las islas y presidió la ceremonia de coronación. La mayor virtud de Navarro ha sido mantener el control y evitar las disidencias en un páramo de desánimo y resignación. Su intención es presentarse a la reelección como presidenta en un congreso regional que no desea celebrar antes del otoño de 2022. Pero por primera vez la contestación interna es ya un rumor cada vez más amplio y tiene sus principales focos en Tenerife, en La Palma y sobre todo en Lanzarote, donde Ástrid Pérez juega a mantener en silencio a los descontentos y, al mismo tiempo, a estimular a los críticos.

Y los críticos lo tienen claro. Si Pablo Casado no será presidente del Gobierno en los próximos dos o tres años, si no disponemos de un proyecto ni de un programa que no sea los argumentarios enlatados que envía Génova, tengamos un nuevo líder o una lideresa. Que no forme parte del pasado remoto. Que haya ganado elecciones. Que tenga empuje y parezca que dice algo nuevo. Porque si no es así el futuro del PP canario, en una derecha previsiblemente más fragmentada en el futuro, pinta muy negro.

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