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Lamberto Wägner

TROPEZONES

Lamberto Wägner

Jubilados reseteados

En un reciente y estimulante artículo Sandra Pujol llama nuestra atención sobre una nueva franja social surgida al amparo de la longevidad y calidad de vida que nos proporcionan los avances de la medicina y la protección social de una comunidad avanzada. Se trata del tramo de edad que abarca los 60, 70 y 80 años. Constituye “una verdadera novedad demográfica de hombres y mujeres en plenitud de su vida, física e intelectualmente activos que han renunciado a envejecer”. Como integrante de la Cofradía de San Millán de la Cogolla, un grupo de amigos que ya he citado anteriormente, hermanados en nuestro común interés por todo tipo de actividades culturales, y singularmente las de tipo gastronómico, me he sentido directamente aludido. La Cofradía reúne mayormente los márgenes de edad apuntados. Si alguno no llega por abajo, corre por contra el rumor que algún otro se pasa por arriba. Y de lo que no cabe duda es de la vehemencia desplegada por todos sus miembros en el objeto social del grupo. Por ello, desde que se presentó esta nueva identidad grupal en uno de nuestros semanales almuerzos, nos planteamos seriamente que esta novedosa categoría merecía un nombre, tan necesario como el que por ejemplo se adjudicara en su día a la adolescencia. Y comprobamos que la RAE no reseña denominación apropiada alguna. Lo cual tampoco es de extrañar; la función de la Academia es al fin y al cabo incorporar al léxico inventariado los distintos términos que se van consolidando en la sociedad hispanohablante, no inventarse palabras nuevas. Y lo curioso es que en el pasado cuando las reediciones de la RAE se publicaban cada equis años, daba más tiempo a que las nuevas palabras se afianzaran, antes de “legalizarlas”. Con lo cual se evitaba que como ocurre hoy día, con las periódicas incorporaciones digitales, se puedan legitimar neologismos de incierta perdurabilidad. ¿Quieren creer que ya están integradas palabras como “guay” o “chungo”? (”Fistro” no entró por los pelos, posiblemente porque ni Chiquito de la Calzada sabía lo que significaba).

Con lo cual estaba claro que si había que ponerle un nombre a esta nueva categoría de jubilados activos, habríamos de bautizarla nosotros mismos. Y como la Academia no iba a sancionar el vocablo sino una vez adoptado por la sociedad, era pues indispensable dar con un calificativo fácilmente popularizable, pegadizo y eufónico. Y se pusieron sobre la mesa (con su mantel correspondiente, faltaría más) varias propuestas. A “postjubilación” le faltaba glamour. “Antijubilados”, sobreentendiéndose que se trataba de jubilados en las antípodas del arquetípico pensionista dando de comer a las palomas en el parque, tampoco era de recibo, por la carga negativa del prefijo anti. “Jubileros” parecía más próximo a la imagen de un grupo de séniors muy activos, aunque a la postre se nos antojara demasiado dicharachero.

Hasta que se manifestó M.T., nuestro lingüista de cabecera, cuyos papeles, obras y galardones refrendan su acrisolada pericia filológica, para proponernos no un adjetivo, sino la expresión “en sazón”; por representar “sazón”, según el diccionario en su primera acepción, “punto o madurez en las cosas, o estado de perfección en su línea”.

Aunque la propuesta se acomodaba rigurosamente a nuestro planteamiento, algún cofrade le puso reparos, por sus insalvables connotaciones culinarias, sobre todo en el adjetivo ad hoc, “sazonados”. Queda pues el tema pendiente, y abierto a sugerencias. (Continuará...)

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