La Provincia - Diario de Las Palmas

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Al embozado forzoso le han dicho con tono reprobatorio “y poco digo”. La expresión es expresión que se refuerza a sí misma modificando el orden habitual de las palabras, que sería “y digo poco”. Mucho más efectiva que “y digo poco” es la frase “y poco digo” por el mero hecho de que el orden de las palabras se ha invertido. La reprobación de “y poco digo” es más intensa que la de “y digo poco” y al embozado forzoso le suena muy amenazante.

Al embozado forzoso no le gusta que lo amenacen ni tampoco le gusta que le llamen la atención en tono reprobatorio. El embozado forzoso, que es de talante mesurado, está siempre bien dispuesto a analizar los motivos por los cuales su actitud puede ser criticable para así mejorar. Entiende que de sabios es rectificar y que las advertencias son útiles cuando se hacen para que se saque de ellas algo positivo. Por eso precisamente no soporta las llamadas de atención que ocultan insatisfacciones innombradas, rencores atávicos, envidias ocultas y experiencias de vida traumáticas con las que él no tiene nada que ver. O tal vez, piensa el embozado forzoso, la agresividad de su interlocutor se deba a que ha entrado en pánico al oír la noticia de la cepa ultra-contagiosa del Covid19 que se ha descubierto en Inglaterra y que ha aguado la esperanza puesta en la inminente y tan anunciada campaña de vacunación de los laboratorios Pfizer y Moderna.

Sea como fuere. Ese “y poco digo” que le acaban de decir está muy lejos de invitarlo a reflexionar sobre su conducta y lo lleva, en primer lugar, a pensar en los efectos de la figura retórica del hipérbaton, porque “y poco digo” es un hipérbaton, es decir, un recurso que consiste en la alteración del orden habitual de las palabras, como sucede, por ejemplo, en “por mi mano plantado tengo un huerto”; y, en segundo lugar, lo lleva a sospechar que detrás de la persona que con tanta inquina le ha enumerado en cara una buena ristra de faltas y le ha proferido con agresividad tal figura retórica debe haber un profundo desequilibrio emocional.

Cuando el embozado forzoso practicaba shorinji kempo aprendió que es efectivo combatir lo duro con lo blando y lo blando con lo duro y se dispone a repeler ese hipérbaton no con una respuesta violenta sino con una apacible que utilice también el hipérbaton, que es el arma de su enemigo. Para empezar, le da la vuelta como un guante a ese ataque dialéctico y contesta a su agresor con otro hipérbaton: “Y mucho dices”.

El efecto es inmediato. El contrincante entiende que se le ha mandado a callar, y, desconcertado, titubea un rato y busca en su arsenal retórico; se le ve confundido y no parece que se le ocurra nada, hasta que por fin, cuando el embozado forzoso se dispone a darle la espalda para abandonar el campo de batalla, el enemigo replica “y corto me quedo”. Sin pensarlo dos veces el embozado forzoso contesta con un hipérbaton de un verso de El burlador de Sevilla de Tirso de Molina que, en realidad, no viene a cuento: “largo me lo fiais”.

La rapidez en la respuesta y lo absurdo del hipérbaton donjuanesco que está totalmente fuera de lugar deja al contrincante desarbolado y en silencio. El embozado forzoso se siente satisfecho, por fin podrá abandonar esa disputa tan ridícula y tan poco provechosa. A decir verdad, ni siquiera se acuerda de cuál fue el motivo que suscitó la discusión. Así que, chitón, se dice, vete de aquí y olvídate de la provocación de ese enemigo dialéctico que tanto tiempo te ha hecho perder.

Pero el contrincante es pertinaz y no se da por vencido. Cuando el embozado forzoso está a punto de dejar definitivamente el juego, escucha a su espalda una ironía en hipérbaton exclamativo que implícitamente lo tilda de cobarde: “¡hombre tenemos!”. El embozado forzoso piensa que se vive una vez y que no puede permitirse continuar con esa liza que lo pone de los nervios, le amarga el carácter y le hace perder minutos preciosos de vida. De manera decidida, sin esperar respuesta, el embozado forzoso prepara la estocada con un hipérbaton existencial, “que morir tenemos y cuándo no sabemos”, y, finalmente, zanja la conversación con una frase de mayor alcance, que en parte contiene un hipérbaton y en parte no, y cuya potencia es indudable, pues el embozado forzoso conoce su genealogía, desde el evangelio de San Mateo hasta “El perro y el frasco” de Baudelaire, pasando por la Suma Teológica de santo Tomás de Aquino. Concluye el embozado forzoso: “no se ha hecho la miel para la boca de los cerdos”.

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