La Provincia - Diario de Las Palmas

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Juan Francisco Martín del Castillo

Enriclai

En la calle del doctor Santos Abreu, la espalda de la Recova, se sitúa uno de los locales de restauración más curiosos de Santa Cruz de La Palma. Visitar la Isla Bonita y adentrarse en su capital no sólo es obligado, al menos una vez en la vida, sino que es la oportunidad de conocer una realidad distinta del archipiélago. Esta experiencia, acompañada de múltiples sorpresas, de alguna manera se ve sublimada por la estancia en un establecimiento de comidas alejado de lo habitual. Apenas unas mesas a las que sentarse, unos ventanales abiertos de par en par y una señora al frente del negocio que, sin ella, y esto es más que seguro, sería otra cosa. Enriclai es un restaurante diferente a lo que se suele estilar, un momento a compartir y, desde luego, un recuerdo imborrable. La dueña, siempre con una sonrisa en el semblante, recibe a los comensales con un afecto que prontamente halla una explicación. En sus tiempos, según relata la protagonista, había sido enfermera de quirófano y, tras años de ejercicio profesional, echaba de menos el hablar con las personas, puesto que a diario únicamente conocía el sueño inducido de los pacientes antes de la intervención. Lo dejó todo, allá en su Alemania natal, por una isla en medio del Atlántico en la que alcanzar sus propios anhelos. Quería hablar y escuchar a los que tuvieran la bondad de acercarse a su local y darles la justa atención antes de ofrecer los esmerados productos de su cocina. Pero, el momento mágico del Enriclai es el mismo arribo al establecimiento, cuando la mujer se desliza discretamente hacia las mesas de la reserva y pregunta por cómo se sienten los comensales y, casi como si uno estuviera en la consulta del psiquiatra, te interroga por lo que deseas comer. No hay carta de platos ni falta que hace. La dueña te susurra al oído el contenido del menú y aprovecha para hacer alguna que otra sugerencia. Ya les digo, no pueden dejar pasar el instante, la oportunidad por supuesto, de verse complacidos en cuerpo y alma. Al término de la experiencia, queda un poso en el fondo de los que allí han estado que se mantiene durante meses y hasta años. Enriclai es, en su pequeña dimensión, la apuesta de una pareja por dar lo mejor de sí a los invitados en un momento de pleno goce culinario, pero la descripción vendría en orfandad si no se añade que la comida es una parte, bien que importante, aunque no esencial de lo que brinda el local. Calidez en la palabra, auténtico cariño en la expresión y natural sosiego en el servicio. Salvando las inevitables distancias, es lo mismo que pretende Pedro Sánchez y su cuadrilla, aunque con escaso éxito. Al parecer, le gusta al presidente el esperpento, le deleita en grado sumo la lectura de autores que lo han desarrollado, como Valle Inclán, y más les gustaría compartir sus gustos con el que quisiera visitarlo en la Moncloa. Al contrario que en el Enriclai, la vivencia, lejos de cautivar a los posibles candidatos hasta el extremo de repetirla, sería la oportunidad propicia para otro esperpento, este destinado al absurdo o al más clamoroso ridículo. Hace días se supo que los principales bancos apoyan la labor incondicional de los payasos al “desdramatizar el ambiente hospitalario”. Podrían destinar parte de esos jugosos fondos a la troupe de Sánchez, porque su contribución al esperpento nacional va cada día en ascenso. Solo habría un problema, pienso ahora, y es que nuestro histrión no relaja ni menos aún frena la tensión social, ya que la hace aumentar a ojos vista. Por cierto, qué me dicen de la suelta de inmigrantes en Arguineguín. Es una pena que, con idéntico propósito al del Enriclai, el resultado sea tan distinto. Los hay que han comprendido su misión en el mundo y van tras ella, y otros, Dios sabe por qué, huyen de cualquier destino para refugiarse en el mismo esperpento. En conclusión, y volviendo al principio de esta singular crónica gastronómica, si quieren olvidarse por un instante de la realidad pandémica, si quieren evadirse de la crispación política, si, en fin, quieren recuperar el valor de lo humano sentados a una mesa acudan a los fogones del Enriclai. Se lo aseguro, repetirán.

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