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Entre líneas

Conexiones literarias

El chileno Raúl Zurita ha recibido el Premio Reina Sofía de Poesía Hispanoamericana, por medio del cual se reconoce el valor literario de la obra poética de un autor vivo y el incremento del patrimonio cultural común de Iberoamérica y España merced a aquélla.

Zurita publicó, en 1979, su primer libro: “Purgatorio”; a continuación, en 1982, “Anteparaíso”; después, en 1994, “La vida nueva”. Como puede apreciarse, Dante está manifiestamente presente en su producción escrita. Y no lo oculta. Y tampoco el hecho de que la Biblia sea un puntal irreemplazable de su obra. Y eso que se declara no creyente. Pero reconoce que, tanto en el Antiguo Testamento como en los Evangelios, existe «una pureza que se ha perdido».

Por otra parte, el barcelonés Eduardo Mendoza, al que, por cómo se expresa, no parece gustarle lo de la religión, ha escrito un libro sobre Historia Sagrada: desde la creación del mundo hasta la vida de Cristo. Se titula “Las barbas del profeta”. El tono es despectivo. Tal vez porque intenta dárselas de ingenioso. Y el lector que esté familiarizado con la hermenéutica bíblica verá enseguida que la de Mendoza es anacrónica.

Es un batiburrillo de textos y asociaciones de ideas y de recuerdos de la infancia del autor, quien confiesa que la Historia Sagrada que estudió en el colegio fue «la primera fuente de verdadera literatura a la que me vi expuesto».

Mendoza intenta situarse, respecto a la Biblia, en el ángulo de visión de Northrop Frye, en “El gran código”, al considerar el escritor barcelonés que la Biblia es «el compendio de mitos fundacionales más grande que existe».

Historias sobre personajes y códices en torno a la Biblia del Oso son las que han cautivado a Félix de Azúa, miembro de la Real Academia Española. Así lo manifestó en la conferencia que impartió en Sevilla, hace un año, en el XVI Congreso de la Asociación de las Academias de la Lengua Española.

En una entrevista publicada en un magazine cultural, a la manida pregunta de qué libro se llevaría a una isla desierta, Azúa respondió: «Me quedo con la Biblia del Oso. La traducción de Casiodoro Reina de 1569».

El tratamiento del tema por parte de este académico no tiene nada que ver con el que realizó, en el área de las traducciones hispanas, el jesuita Luis Alonso Schökel, que se consagró al estudio de la Biblia en la vertiente del estilo literario, tarea para la que contaba con extraordinarias dotes personales y una acreditada desenvoltura en el manejo del hebreo y del español. El del alemán, que le venía por su madre, le facilitó el uso de la mejor bibliografía exegética, que, en su tiempo, se hallaba en esa lengua.

La vía de acceso que el padre Alonso abrió para el gustoso adentramiento en las entrañas de los textos bíblicos, traducidos por fray Luis de León y otros autores hispanos, e incluso por él mismo, y que se ha mantenido operativa gracias a sus discípulos, cuyas tesis doctorales y de licenciatura dirigió en Roma, se está ocluyendo por la progresiva desaparición de éstos.

Y es que apenas existe ya nadie que logre elevarnos, en la lectura de la Biblia, hacia la contemplación y el deleite de la paronomasia, la sílaba o la aliteración.

Por último, la editorial Acantilado ofrece, en estos días, entre sus novedades la traducción del poema dramático “Jeremías”, de Stefan Zweig, escrito entre 1915 y 1917, durante la Primera Guerra Mundial.

Los hechos referidos en nueve cuadros tuvieron lugar en Jerusalén, en el siglo VI a.C., cuando el asedio de la ciudad por parte del ejército de Nabucodonosor, rey de Babilonia, y la conducción al exilio de sus habitantes.

Son bellísimas las palabras del caldeo con las que Zweig pone fin a la obra: «¡No se puede vencer lo invisible! Se puede matar a los hombres, pero no al Dios que vive dentro de ellos. Se puede dominar a un pueblo, pero jamás su espíritu».

Y es que, como se ve, la Biblia no pasa de moda nunca, y, en estos últimos meses, ha proyectado su luminosidad en nuestros espacios habituales de lectura a través de los escritos de un poeta, un narrador, un académico y un dramaturgo.

Porque ya lo dijo el profeta Isaías (40,8): «debar elohenu yaqum le’olam» (La palabra de nuestro Dios permanece para siempre).

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