Si 2020 fue el año de la emergencia sanitaria, este 2021 recién nacido empieza a presentar su candidatura a ser el de la premura económica. El impacto del distanciamiento social y la falta de movilidad está dejando heridas profundas en el tejido productivo. La pandemia ha llevado las cifras de desempleo a los niveles de hace cinco años en Canarias. A la par existen indicios para creer que lo peor en muertos por coronavirus ya pasó pese a la delicada situación actual como consecuencia de la expansión del virus durante el periodo navideño y que ha llevado a islas como Gran Canaria y Lanzarote a pasar a nivel 2, mientras Tenerife sigue en 1. La vacunación funciona bien en la región. Y la avalancha de fondos europeos aparece ya por el horizonte como un salvavidas. Hay que poner toda la carne en el asador para subir la cuesta de enero. No caben más respuestas tardías y deficientes. Lo que se haga ahora resultará decisivo para despejar el panorama de aquí al verano. La regresión no puede llegar para quedarse.

Más de 350.000 canarios permanecen en estos momentos en paro, en regulación de empleo o perciben prestaciones extraordinarias por el covid. Hay 61.118 parados más que hace un año y 36.456 puestos de trabajo menos desde marzo. Miles de autónomos meditan cerrar. Han agotado los recursos que les quedaban para sostenerse y carecen de expectativa. Tuvieron caídas en sus facturaciones de hasta el 50%. No venden, no ingresan, nadie les financia. Cada día desde febrero a aquí, la comunidad perdió más de tres trabajadores por cuenta propia.

El paro aumentó en especial en las actividades vinculadas a nuestra principal industria, el turismo, a pesar de los esfuerzos para sacarla adelante. Razón de más para proteger este sector a toda costa y para dejar de convertir su devenir en una carrera de obstáculos administrativos y burocráticos. Capítulo aparte merecerían las ensoñaciones de grupos políticos y sociales de prescindir del turismo en un momento como el actual. A su vez el estancamiento de la agricultura, pese a los importantes volúmenes de fondos públicos que se le inyectan, no hunde su raíz, curiosamente, en la merma de la demanda sino en la falta de relevo generacional. El creciente interés por los productos de calidad y proximidad y el excepcional momento de las empresas agroalimentarias constituyen argumentos suficientes para fortalecer lo rural. Pero con iniciativas que vayan más allá de las subvenciones directas. Otra cuenta pendiente.

A nadie le cabe duda de que son el comercio, la hostelería o el transporte las actividades que sufren una tremenda estocada. Ni la campaña de Navidad salva los muebles. La debacle laboral, que condena a los menores de 25 años y a los veteranos con dificultades para reinsertarse, proseguirá este 2021. La recuperación tardará años en materializarse. Perder tiempo lamiéndose las heridas no ayuda en nada a acelerarla.

Mantener en pie el tejido productivo, sin agrandar sus daños estructurales, y estimular medidas que protejan las actividades actuales y alienten otras alternativas: ese debe ser el objetivo estratégico de Canarias. No podrá conseguirse sin una planificación y una gestión adecuada tanto de la crisis económica como de la sanitaria. La preponderancia que los políticos dan a sus batallas por ganar el relato y a sus querellas particulares lo impide muchas veces. Siembran vientos, polarizan, enfrentan y luego recogen tempestades, aquí o en EE UU. Los ERTE, muro de contención para evitar el cierre masivo de compañías, eran vilipendiados no hace tanto por puro dogmatismo por los mismos que los ensalzan desde el Gobierno.

Para que la recuperación sea realidad, para acabar con la incertidumbre, empresarios y autónomos necesitan ayudas reales, no parches deficientes. Este test de estrés deja al desnudo la inutilidad de unas administraciones rebosantes de burocracia y desiguales, que rompen la unidad de mercado y hacen añicos la seguridad jurídica. Se requiere con urgencia una mínima coordinación entre gobiernos.

Aguardan retos decisivos. Proseguir con rapidez la campaña de vacunación y no bajar la guardia, el primero. Recuperar los buenos datos epidemiológicos de antes de la Navidad, también. Después, no fallar en la captación de fondos europeos. Veremos en qué queda. Invertir con acierto y a tiempo el mayor presupuesto de su historia dota a Canarias y todas sus administraciones públicas de una importante herramienta para revertir la situación. Pueden malgastar el dinero en clientelismo o en acometer reformas profundas que barran la ineficiencia. La falta de valentía para abordarlas pasará factura.

Siempre hay luz al final del túnel. La historia es un ir y venir en oleadas de sufrimientos y superaciones. Tras el crack de 1919 había quienes, pesimistas, pronosticaban la muerte de las ciudades. La gripe española alumbró los felices años veinte. A la peste de Atenas la sucedió el esplendor heleno. En el peor momento de esa tragedia griega muchas personas perdieron cualquier respeto a la ley, sucumbieron al odio, la violencia y los desestabilizadores. Igual que ahora, con la demagogia y el populismo como venenos. “Reconocer la pobreza”, cuenta Tucídides, “no deshonra a un hombre, pero sí no hacer ningún esfuerzo por salir de ella”. Solo trabajando con denuedo por cambiar y por buscar salidas retornarán las certezas y la confianza. Entonces el futuro volverá a ser tan radiante como nos hayamos propuesto.