La Provincia - Diario de Las Palmas

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Juan Tapia

Tenemos un problema

La lectura general del barómetro del Cis de diciembre fue que la coalición PSOE-Podemos perdía fuerza. Era correcto comparando con el barómetro anterior (noviembre), pero miope. Respecto a las elecciones del 2019 -el punto correcto de referencia- mientras el PP, Vox y Podemos bajaban, sólo dos partidos subían: el PSOE, un 1,2%, y Ciudadanos, un mas significativo 3,6%.

Además, Arrimadas tenía una valoración dos décimas por encima de Casado y en las preferencias a presidir el Gobierno casi empataba con el líder popular (8,3% frente a 9,7%), ambos a distancia de Pedro Sánchez (26%). A Ciudadanos le beneficiaba diferenciarse del bloque de la derecha y negociar a fondo con el PSOE. A veces con éxito (prórrogas del estado de alarma) y otras sin (los presupuestos), pero intentando evitar la partición de España en dos mitades antagónicas. El electorado aplaudía la vuelta al centro abandonado por Rivera.

Sin embargo, los sondeos sobre Cataluña -donde Arrimadas ganó las autonómicas de diciembre del 2017 (las del 155), que permitieron a Rivera sacar pecho en las españolas del 2019- apuntan en una dirección contraria. La encuesta del CEO (el Cis de la Generalitat) de diciembre preveía un fuerte descenso de la formación naranja. Le daba una estimación de voto de sólo el 10% y 13 o 14 escaños frente al 25,4% y 36 diputados del 2017. Ciudadanos pasaba así de la primera a la cuarta fuerza del parlamento catalán.

Y la encuesta publicada ayer por El Periódico de Cataluña ahonda el retroceso ya que le atribuye sólo un 9,8% y 12 o 13 diputados, la tercera parte de los del 2017 y muy por detrás del PSC, ERC y JpC que encabezan, por este orden, las expectativas.

¿Por qué Ciudadanos sube con cierto empuje en el total de España mientras se desploma en Cataluña? Hay una razón cronológica. Ciudadanos sube en España tras el desastre de Albert Rivera en noviembre del 2019, cuando tras negarse a negociar con el PSOE cayó de 57 a 10 diputados. Por el contrario, en Cataluña la comparación es con las elecciones de dos años antes, las del 2017, cuando Ciudadanos estaba en un punto máximo y recogió el voto de muchos catalanes atribulados por la declaración unilateral de independencia con sólo el 47% de los votos. Y además en Cataluña hay un rebote del PSC, que se suele dar cuando el PSOE gobierna en Madrid y que esta semana la candidatura de Illa ha agrandado.

Pero hay algo mas de fondo. Todas las encuestas indican que tanto en España como en Cataluña late un cansancio con la casi eterna crispación (entre izquierdas y derechas, o entre independentismo y constitucionalismo) y un ansía de normalización política.

Y ante este deseo -difícil con la actual bipolarización- Ciudadanos actúa de forma contradictoria. En Madrid apuesta por ser la bisagra flexible, capaz de pactar a la derecha o a la izquierda, en función de los intereses de un centro liberal. En una reciente entrevista a El Mundo, Arrimadas insistía en que mientras el PP, que forma parte del PPE, es un partido conservador, Ciudadanos es una formación ligada a los reformistas y liberales europeos (referencia Macron).

Por el contrario, en Cataluña, Ciudadanos no ha sabido inflexionar hacia una posición menos polarizada su rol del 2017 cuando se convirtió en el refugio del voto atormentado por un independentismo que creía poder merendarse el mundo. Y ahora, que se ha visto que aquello era y es imposible, Ciudadanos sigue apostando por ser la punta de lanza de un bloque anti-independentista cuando buena parte de Cataluña aspira a la distensión.

Hay otras causas, pero las encuestas citadas permiten enunciar un teorema: Ciudadanos es premiado allí donde se presenta como una bisagra pactista (España) y es castigado cuando quiere ser el eje de un bloque que no quiere ver otra solución que la derrota total del contrario y la confesión de su culpabilidad.

Lo grave para Arrimadas es que su fracaso en Cataluña en las elecciones del 14-F, bastante previsible, puede perjudicarle seriamente en Madrid, donde Pablo Casado (y seguramente el hoy “semi-durmiente” Albert Rivera y los contrarios a su liderazgo) están más que molestos con su política de diálogo con “el sanchismo”.

Ser pactista en Madrid y radical en Cataluña habría sido así no sólo un error sino también un mal negocio.

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