La Provincia - Diario de Las Palmas

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José Luis Villacañas

Sistema científico, sistema sanitario, sistema político

Me rindo». me dice alguien bien dispuesto a juzgar con benevolencia a nuestros gobernantes. Es una expresión rotunda, casi de fractura de confianza. La realidad que lo provoca es el estado caótico del comienzo de la vacunación, que contrasta con las fuertes medidas ejecutivas, que lanzan sobre los ciudadanos la responsabilidad de disminuir los contagios y contener la hemorragia de muertes. Mientras hay miles de dosis de vacunas sin aplicar, que es la óptima medida preventiva, los distintos gobiernos recurren todavía a la prevención de la disciplina particular. Un Ximo Puig con cara de circunstancias solo nos recuerda la responsabilidad de la ciudadanía sobre su vida privada. Y él, ¿no tiene ninguna?

Confiero la mayor significatividad a este juicio decepcionado y cansado que se produce en los primeros días del año, justo cuando debería cundir el optimismo, la expectativa y la esperanza. Viene de un hombre joven que se alegra cuando nuestros gobernantes aciertan con una medida, pero que todavía se entristece más cuando estos aciertos se comprueban accidentales, dados los errores garrafales que se producen en situaciones tan delicadas como esta. Pues no estamos ante una cuestión menor, ni accidental, ni sobrevenida. Nuestros gobernantes se han pasado meses diciéndonos que hay que disculpar su gestión porque la pandemia nos pilló a trasmano, nos sorprendió con su gravedad, nos obligó a improvisaciones. Aceptado. Nadie era experto en los días iniciales de esta pandemia. Pero estas excusas ya no pueden hacerse valer ahora.

La campaña de vacunación era el horizonte inevitable de esta crisis. Ese momento se ha acortado con la mayor proeza científica de la historia, los centros de investigación de todo el mundo han acelerado la producción de la misma hasta lograr en apenas un año lo que habitualmente habría necesitado seis años. Disminuir el sufrimiento de millones de seres humanos dependía de eso. El sistema científico del mundo entero, con diferencias que ahora no vienen al caso, se ha mostrado competente, diligente, riguroso. Ha sido el aliento de nuestra esperanza durante todo este tiempo y fue usado por nuestros gobernantes para aparecer en la prensa como portadores de buenas noticias, anunciadores de la normalidad, con el propósito de generar confianza en sus personas e instituciones.

Pero he aquí que ese momento anunciado, deseado, buscado y alentado con ingentes cantidades de recursos públicos, bajo la forma de contratos de compras por anticipado, vuelve a coger a nuestros gobernantes desprevenidos, sin preparación. La diferencia entre el sistema científico y el sistema político rara vez podrá medirse con más precisión. Uno ha traído la esperanza, otro ha respondido con la parálisis y el caos. ¿Es esto comprensible? Sabemos que no es perdonable. Ninguna de las excusas que se dieron en las primeras fases de la pandemia se pueden aceptar aquí. Si alguien las mencionara de nuevo, consideraríamos su acto vergonzoso y cínico.

Y en medio de este escándalo, que obliga a mantener a centenares de miles de ancianos confinados en sus residencias, aislados de sus familias, recluidos en habitaciones donde pasan la mayor parte del día en soledad, disminuyendo de manera drástica sus mermadas capacidades cognitivas y hundiéndose en una depresión afectiva que a duras penas es contenida por un personal entregado y desbordado, oprimido por la responsabilidad, continuamente sometido a inspección, y cuando se cuenta con la posibilidad de vacunarlos, la ciudadanía asiste con estupor creciente a la incapacidad de las administraciones para poner en marcha un dispositivo eficaz que podría mejorar de forma sustancial los últimos años de la vida de nuestros mayores.

Y no solo eso, sino que el Gobierno central, la clave de la ejemplaridad de las demás administraciones, hace una lectura apresurada de la situación y sugiere que el máximo responsable de la gestión de la pandemia ya ha cumplido felizmente con sus actuaciones y ha llevado al país, tras una resistencia berroqueña, al momento glorioso del despertar de la pesadilla. Esas lecturas precipitadas, impuestas desde operaciones de ingeniería política, suelen tener malos resultados, porque a la ciudadanía no le agrada comprobar que lo que constituye una servicio público de extrema necesidad, se abandona a mitad camino con el argumento de que se ha conseguido un capital político suficiente para entregarse a la lucha partidista.

Es natural. A una ciudadanía consciente no le gusta ser usada para ascender por la escala de la política partidista, y todavía tiene más razones para rechazar estas operaciones cuando se trata de algo tan vital como salir de una crisis general. Es como si se retirara al general más prestigioso del frente de batalla crucial, para implicarlo en una lucha cuartelera. Pues en efecto, hemos de reconocerlo, Illa es de lo más prestigioso del Gobierno y el tipo humano más fiable del gabinete. Aquí la política partidista le ha hecho un roto en su historial, cuyas consecuencias espero que no sean lamentables.

Esta situación da una idea de la falta de escrúpulos y de cuidado, de atención y ponderación de nuestro sistema político, no solo frente al sistema científico, sino frente al sistema sanitario. Supongo que los diferentes gobiernos estarán en condiciones de prever que la misma intensa euforia que provocó la noticia de la operatividad de la vacuna, se tornará desolada decepción al comprobar una vez más esta muestra de incompetencia. «Rendirnos es lo que buscan con esa mezcla insuperable de incompetencia y mala fe», le digo a mi interlocutor. Me gustaría decir que esta vez será difícil de olvidar. Pero ni siquiera lo creo. Se olvidará.

Si intentamos comprender lo que está pasando, podemos ofrecer varias hipótesis y ninguna de ellas promoverá la dignidad de nuestro sistema político. Quienes han politizado desde el principio el manejo de la pandemia, con Díaz Ayuso al frente, pueden generar caos no solo para restar credibilidad a Illa, sino para colocar la gestión de las vacunas en manos de cualquier empresa privada como único expediente de dinamización del operativo. Pero los amigos de Illa, ¿por qué no han realizado un esfuerzo? ¿O es que pretenden que el sistema sanitario -que lleva diez meses estresado y que se suponía que iba a estarlo aún más tras las fiestas Navidad-, además de atender a la atención primaria, la hospitalaria y la temporada de la gripe, también tiene que estar en condiciones de desdoblase todavía más y movilizarse de forma masiva para, semana tras semana, vacunar a cientos de miles de personas?

¿De verdad alguien soñó con eso? ¿Se puede pedir ese esfuerzo colectivo adicional a un sistema sanitario agotado, erosionado por años de abandono, sin refuerzos, sin compensaciones, sin mejoras? Y si no es razonable que se le pida, ¿qué ha estado haciendo este tiempo el sistema político?.

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