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Antonio Perdomo Betancor

Objetos mentales

Antonio Perdomo Betancor

El efecto Mark Zuckerberg

Puedo pensar que el voto de Mark Zuckerberg se impuso a la voluntad popular de la democracia del país norteamericano si acalló la voz del presidente del gobierno en su red social, bloqueando su portavocía, otras redes sociales también lo hicieron. Puedo pensar que esta decisión lo ha convertido, de facto, en juez supremo de lo que debe o no decir el presidente, el señor Mark Zuckerberg para justificar su decisión arguye: “Creemos que los riesgos de permitir que el presidente continúe usando nuestros servicios durante este periodo son simplemente grandes”. Puedo pensar que el presidente de un país tiene la potestad de dirigirse a la nación de la que ha sido elegido democráticamente y tengo serias dudas, como contrapunto, que el señor Mark Zuckerberg tenga otra potestad que representarse a sí mismo y a sus accionistas, como director ejecutivo de Faceboock que es. Frente a este dilema, me temo que la grave decisión del señor Mark Zuckerberg es un tema político de primer orden que debe solventar la democracia si quiere seguir siendo representativa.

En una de las imágenes del asalto al Capitolio de los seguidores de Trump, un saltante aparece en el despacho de la senadora demócrata Nancy Pelosy con las piernas sobre la mesa en plan rey del mundo. Su cuerpo, a mi entender, denota una satisfacción completa. O parece pensar, este despacho no lo merecen más que yo. Me pregunto si no es el distanciamiento de las élites políticas y sus inconfesables beneficios lo que parece interpelar directamente esa imagen a la clase política, y que, con su efecto catártico, en suma, purificador, exige resetear el sistema. En la retina de la historia existen numerosos momentos de esa naturaleza. Sucede cuando las élites poseídas de “hybris”, de desmesura, de soberbia, traspasan los límites, y némesis exige su tributo. La conmoción que provoca la profanación del templo de la democracia americana invita a recapacitar sobre el sistema. La erosión de la democracia ha venido consumándose debido a diversos factores, al tiempo que crecía el cinismo de la clase política, siendo, en las últimas décadas, los verdaderos usufructuarios del sistema. La correspondencia biunívoca del contrato social tácito entre representantes y representados ha terminado por ser una relación unívoca. Las primeras dos décadas del siglo XX han alterado definitivamente el juego que hasta el momento funcionaba bien. Entre los factores disruptivos destacan las empresas tecnológicas y su influencia en los procesos democráticos. La causa simple, tan repetida, que atribuyen profunda idiocia a Trump como también a sus seguidores, ¿acaso no es un autoengaño de las clases favorecidas por una democracia desigual donde las promesas brindadas no se materializan? “Idiotes”, o sea, idiotas, llamaban los griegos a los que no les interesaba la política, y me temo que a los seguidores de Trump les interesa verdaderamente la política más o no menos que al cínico interés de una clase dominante con sus necesidades bien cubiertas e incrustada en el establishment. ¿Esta erupción revolucionaria acaso no supone una suerte de recompensa psicológica de una clase largamente maltratada por la decadencia económica que en el programa ultraliberal de globalización ha perdido bienestar económico en favor del ascenso de otras regiones del mundo? ¿No son estos asaltantes perdedores en un doble sentido? El asalto al Capitolio lo pienso como el canto del cisne del maltrato de aquellos que, por una vez, pudieron sentirse plenipotenciarios por unos minutos en los despachos de la representación del poder, contrapuesto a un vasallaje largamente sufrido, y que disfrutan de la recompensa de sentirse soberanos, si bien, brevemente. Reyes por un día. En esa inversión de papeles, en realidad teatral, como en la Edad Media teatralmente se representaban las danzas de la muerte, los congresistas eran los que se escondían aterrorizados bajo las mesas y las butacas en tanto que los asaltantes rebeldes despachaban delirios de poder en una realidad impensable.

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