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Javier Durán

Reseteando

Javier Durán

Trasteo universitario

El efecto helicóptero de la pandemia, que acaba por salpicar a todos los ámbitos, nos lleva a olvidar un tema tan espinoso como la educación universitaria, último eslabón para alcanzar la profesionalización, un estadio donde las aspiraciones de los jóvenes españoles se cronifican irremediablemente ante la tumorización del mercado de trabajo. El confinamiento destapó las carencias tecnológicas -aunque los rectorados vendían todo lo contrario: ¡ya estamos en Silicon Valley!- para afrontar de la noche a la mañana las conexiones masivas para la recepción de las clases. La improvisación, el esfuerzo de los equipos directivos y la paciencia de los estudiantes se conjuraron para evitar un desastre sin precedentes en la formación universitaria, si bien todavía es demasiado pronto para calibrar si la fórmula on line cumple con los estándares de calidad necesarios. La opción tecnológica de urgencia nos llevó a ser testigos en los domicilios convertidos en colmenas del teletrabajo de situaciones tragicómicas. Los alumnos evolucionaban de la risa (una música, un grito o el ladrido de un perro sobre la voz del catedrático) a la desesperación por una caída de la videoconferencia o un colapso en la red debido a la cantidad de terminales que operaban a la vez en la unidad familiar. En algún momento llegó a ser la aldea global de Los Picapiedra. Tras varios meses entre la presencialidad, la semipresencialidad y la conexión pura y dura, los universitarios se han adaptado a las chapuzas. Pero los avatares siguen ahí: ahora crece la revuelta estudiantil contra los exámenes en las aulas. Cada distrito universitario se lo ha montado diferente: unos optan por hacer exámenes no presenciales por su óptimo nivel tecnológico para evitar sofisticadas chuletas y copiaderas, mientras que otros se arriesgan a abrir las facultades y echarse en brazos de la suerte vírica. Una locura. Las consecuencias de esta dispersión están aún por conocerse, aunque el aumento del anecdotario no vaticina un año modélico para la universidad pública, más bien augura un vaivén nutrido por los cambios de fechas de los exámenes, cierres de campus por heladas (otro contratiempo) o por la ausencia de un ministro que parece no estar a la altura. En realidad, nadie parece estar donde corresponde: la universidad pública se ha desvanecido bajo las cifras demoledoras de la pandemia. Va camino, como es habitual en España, de ser una gran damnificada. Las privadas aprovechan el bache.

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