Las familias, los escolares y los profesores de Infantil, Primaria, Secundaria, Bachillerato y Formación Profesional están dando una lección. Al contrario que otros canarios que se saltan las normas de convivencia en tiempos de pandemia y propician nuevas restricciones que contribuyen a ahogar todavía más a una serie de actividades económicas ya lo bastante zarandeadas por la crisis. Las clases presenciales acaban de reanudarse tras las vacaciones y los contagios por coronavirus con los que se cerró el primer tramo del curso han sido mínimos. Lo que está ocurriendo demuestra que mantener con cierta normalidad actividades imprescindibles y multitudinarias, con toda la prudencia que requieren las circunstancias, y blindarse con éxito frente a un enemigo invisible y voraz no son cuestiones incompatibles. El sentido de la responsabilidad, la disposición general de los afectados a ofrecer lo mejor de sí mismos para minimizar el riesgo y el respeto a las normas que brinda la enseñanza constituyen un espejo en el que otros sectores pueden y deben mirarse.

De los 17.000 grupos existentes en los centros escolares públicos, concertados y privados de la región solo siete están en confinamiento por el positivo de algún profesor o alumno. En la actualidad, los casos activos entre el personal docente suman 66 de entre más de 32.000 profesoras y profesores, y los de alumnas y alumnos 169 de los más de 335.000 escolarizados en el Archipiélago. Poner en marcha la enseñanza infantil y media implica movilizar cada día a todos estos estudiantes, profesores, monitores, auxiliares de comedor y de transporte. Como tantos otros pronósticos fallidos –que las mascarillas no servían para nada, que el patógeno se transmitía en las superficies y no por aerosoles, que con la gripe llegaría la hecatombe...–, la vuelta a los colegios no ha supuesto ese temido factor multiplicador para expandir la pandemia. Más bien lo contrario. Las escuelas actúan como el primer muro de contención, facilitando la detección de posibles brotes y propiciando a la par su rápido aislamiento y control.

Este esfuerzo contrasta con lo que ocurre en las universidades, cerradas y sufriendo las deficiencias de funcionar on line. Un grupo de universitarios pretende dar la puntilla a la exigencia acabando con los exámenes ‘in situ’ y extendiendo los telemáticos, que ofrecen mínimas garantías contra los fraudes. También los óptimos resultados de los colegios dejan en evidencia otras anomalías, como la de algunos centros sanitarios, recintos acorazados desde hace un año, donde acceder a una consulta resulta un prodigio, o la de las administraciones públicas, atascadas por la lentitud en las citas a los usuarios.  

Las recomendaciones de la Consejería de Educación para afrontar la crisis fueron muy genéricas. Apenas rebasaron lo que dictamina el sentido común: planificación escalonadas de entradas y salidas, lavado frecuente de manos, mantenimiento de la distancia de seguridad... Equipos directivos, progenitores y niños asumen la carga de garantizar con sus acciones la máxima protección sin haber recibido instrucciones precisas y careciendo de alguna experiencia previa para manejar una situación tan delicada.

Los niños canarios están conmoviendo a los profesores por su ejemplaridad. Vitalistas y luchadores, incluso muestran una concienciación mayor que la de muchos adolescentes. Asumen con naturalidad, casi como un juego, las cosas tan distintas que han pasado a integrar su rutina y su indumentaria. Hay benjamines, hasta cinco años, que ni siquiera prescinden de la mascarilla pese a no tener obligación de llevarla. No hay motivo para pensar que, si perseveran en estas pautas, las cosas vayan a torcerse en lo que resta de aquí al verano.

Parte del mérito en esa actitud corresponde a los padres, que inculcan en casa las recomendaciones. Además, a través de sus asociaciones, algunos muestran un elevado grado de compromiso en la búsqueda de ambientes confortables con la compra por su cuenta de purificadores de aire para aminorar la apertura de ventanas. Las normas de ventilación obligan a pasar más frío en este invierno fresco. Y palabras elogiosas merecen por igual los maestros, sin reticencias a exponerse ni escatimar sacrificios en favor de la docencia. Unos alargan jornada. Otros pagan de su bolsillo protectores o micrófonos con los que hacerse audibles ante el alumnado.    

Vivimos tiempos peligrosos para la verdad y la razón, en los que hordas interesadas utilizan la rabia, el miedo y el odio para desinformar a los ciudadanos y convencerles de cualquier idea descabellada que deteriore la convivencia y reviente el sistema. No existe otra vacuna contra esa ponzoña que la educación. De la primera ola a esta, al menos hemos aprendido que acudir a las aulas resulta fundamental para transmitir y perpetuar el conocimiento con el que se construye una sociedad plural, integradora, comprensiva con el pensamiento del otro y próspera.

Aprender a discernir las falsas realidades, ayudar a elegir con fundamento en qué y en quién confiar, labrar personas críticas y con criterio: en eso consiste la buena enseñanza. Para esa excelsa misión permanecen abiertas contra viento y marea las escuelas. Una imagen de una fuerza simbólica extraordinaria en estos desconcertantes momentos.