La Provincia - Diario de Las Palmas

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Javier Durán

Vida al ralentí

El salvonconducto de periodista que está hasta medianoche en una redacción en vísperas del nivel 3 me permite andar por la calle (en dirección al catre, igual que un empijamado tras la merienda) y conocer el silencio nocturno con el toque de queda a las 23.00, la hora en que en la antigüedad sin Covid se empezaban a aligerar los bebedizos en la mesa del restaurante (10, 15, 20 comensales, ¡qué más daba!) para luego repartirse por los garitos de la ciudad.

Una capital sin noche viene a ser un tanatorio con la incineradora averiada. Muchas luces encendidas detrás de las ventanas con el internet como un volcán en erupción, pero las aceras sin un alma. A veces un gato extraviado o el monólogo pastoso del mendigo que se ha levantado una guarida de cartón con el embalaje de una nevera eficiente. ¿Cuántas arritmias vitales habrá provocado la orden gubernamental que pone fin a la nocturnidad?

Conozco gente a las que les cuesta mucho sobrellevar lo de estar en casa tan pronto y no poder sacarle brillo a la barra de su bar preferido. Tienen que conversar más allá de lo necesario, lo que supone un exterminio neuronal inmerecido y un desgaste inaguantable para la flotación doméstica. Y luego está la compensación: reflexionar profundamente sobre estar y no estar. Pasar desapercibido como una mota de polvo que se mueve invisible de mueble en mueble.

Llegando al portal me viene a la cabeza un trámite: solicitar un salvoconducto distinto para el cambio del toque de queda, una hora menos, porque aquí todo es así, una hora menos. Ir con el documento en el bolsillo da un cierto poder, puede que hasta el que sentía el espía que cruzaba una y otra frontera bajo el fuego enemigo, pero con la seguridad de que nadie le iba a exigir explicaciones. Hoy toca auscultar la placenta de la ciudad a partir de las diez de la noche. Miles de hogares colapsados por la lona que cae sobre el espacio público.

La cocina endiabladamente activa, y el salón con reservados para que una serie traslade a la unidad familiar, incluido el perro y su dueño o dueña, a un tripi alucinatorio que le lleve a olvidar el nivel 3, la mascarilla, Illa, Blas Trujillo, Fernando Simón, la ruina del negocio, la perdición del porvenir, los últimos cartuchos, el gimnasio, el rincón de la cafetería... El consejero consumió malamente unos ocho minutos en comunicar a la ciudadanía el nuevo orden que nos corresponde. Un tiempo ínfimo, casi la hebra de una camisa, para dejar la vida al ralentí.

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