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Manuel Ángel Santana Turégano

No debería acomplejarnos reconocer que somos unos acomplejados

Mi abuela, la menor de doce hermanos, se crio como hija de un comerciante enriquecido con el desarrollo del Puerto a principios del siglo XX, y aprendió a pensar que todo lo bueno venía de fuera. Pese a que su padre se arruinara tras la Primera Guerra Mundial, pues la interrupción del comercio mundial que ésta generó fue para la economía canaria tan mala como lo está siendo la interrupción de los flujos de personas generada por la pandemia de la COVID19, se acabó casando con mi abuelo, que venía de fuera, un marino. Un siglo después, cuando la economía canaria depende del flujo de personas que es el turismo, los canarios seguimos tan convencidos de que todo lo bueno viene de fuera que, en el fondo, estamos acomplejados por pensar que al ser “de aquí” somos menos que quienes vienen de fuera.

Hace un siglo un país ejemplo de progreso y futuro, especialmente para las personas de habla hispana, era Argentina. Si Jorge Luis Borges, escritor universal nacido en Buenos Aires decía que “el argentino es un italiano que habla español, piensa en francés y querría ser inglés”, podría decirse parafraseándole que “el canario es un latino trasplantado a África, que mira a América y que querría ser de cualquier otro lugar”. Canarias siempre ha estado habitada por personas provenientes de distintos lugares, tras la conquista por la Corona de Castilla, llegaron a las islas portugueses, genoveses, malteses y florentinos entre otras nacionalidades, que a menudo empleaban mano de obra esclava proveniente de África (moriscos y negros) para comerciar con Europa y América. Hay quienes dicen que cómo podemos vivir en Canarias, si no nos agobia saber que estamos rodeados de agua por todos lados. A mí, por el contrario, cuando he vivido tierra adentro lo que me preocupaba era cómo podía vivir esa gente rodeada de tierra por todos lados y sin poder ver el mar. Ahora que la pandemia nos ha obligado a no salir he escuchado a muchos canarios expresar con amargor la ida de “es que llevo X años sin salir de la(s) isla(s)”, lo que en parte puede interpretarse como consecuencia de que nos hemos acostumbrado a vivir en un mundo en el que la práctica de algún tipo de turismo es considerada parte de la vida cotidiana. Pero cuando vivía en el continente nunca escuché a nadie decir, por ejemplo, “es que hace dos años que no salgo de la Cataluña”. Y si bien es cierto que en la esquina noreste de la península ibérica hay todo lo que uno puede desear (mar, montaña, patrimonio y ciudades; los madrileños necesitan salir de la capital porque no hay playa), lo mismo puede decirse de Canarias.

Más allá de la necesidad de cambiar de lugar, quizá intrínseca a nuestra naturaleza nómada como homo sapiens, pero en cualquier caso potenciada por la industria turística, la sensación de encierro por estar confinados a vivir donde hemos elegido vivir es la manifestación del complejo colectivo de que éste no es un lugar como cualquier otro, sino que es un lugar peor que cualquier otro. Antes de la pandemia enero era sinónimo en Canarias, entre otras cosas, de Festival de Música. Ibas a los auditorios y escuchabas música de compositores, austríacos, checos o finlandeses, quizá luego a una pizzería napolitana. Quizá no han cambiado tanto las cosas desde la época de mi abuela, pues en el fondo seguimos pensando que todo lo bueno viene de fuera, sin pararnos a pensar que si tanta gente viene será porque algo bueno habrá aquí.

En los últimos tiempos muchas personas han aprendido a ver como parte de la identidad canaria una forma de ser más amable, más pausada, como si lo que nos caracteriza a los canarios fuera nuestra forma de ser. Y a mí la forma de ser de los canarios no me parece más amable, sino que diría que, como consecuencia de ser unos acomplejados, tendemos a menudo a estar a la defensiva. Siempre estamos pensando que se nos discrimina, que se piensa que por ser canarios somos menos. Cuando, en el fondo, yo creo que las únicas personas que tienden a pensar que un canario, por el mero hecho de serlo, es menos que otros, son los otros canarios. Siendo yo niño se hizo popular la canción “Mándese a mudar”, cuya letra venía a decir que quien pensara que la forma de hablar o de ser de los canarios era incorrecta, inferior o indolente, lo mejor que podía hacer era “mandarse a mudar”, Esa canción tenía sentido en un contexto en el que una parte importante de las personas que venían a las islas lo hacía, de una manera u otra, obligadas por la administración del Estado o por empresas cuyos centros de decisión estaban fuera, y se concebía el destino a Canarias, como en la época de Unamuno, como un destierro. Pero hace mucho que eso es historia, y la inmensa mayoría de quienes se quedan a vivir en Canarias es porque lo eligen. En la actualidad lo que sucede a menudo es que quienes creen que la forma de hablar o de ser de los canarios es inferior, incorrecta o indolente son personas nacidas en las islas, que como han crecido pensando que todo lo de fuera es mejor sienten que han desperdiciado su vida quedándose aquí. Como sería complicado “mandarles a mudar” a todos sería mejor hacerles comprender que éste puede ser un lugar tan digno para vivir como cualquier otro. Siempre se ha dicho que el primer paso para solucionar un problema es reconocer que se tiene. Por eso yo diría que no nos debe acomplejar reconocer que somos unos acomplejados: pensamos que por el mero hecho de ser de aquí somos menos que los de fuera. Y lo cierto es que eso no sólo es falso, sino que además somos nosotros los únicos que lo creemos.

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