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Parar la guerra con un abrazo

Parar la guerra con un abrazo

Cuando en 1986 Kevin Zaborney trabajaba en un centro de delincuentes juveniles cerca de Nueva York, se dio cuenta de que uno de los principales problemas que sufrían los chicos era la falta de muestras de afecto. No solo eso. Comprobó que los abrazos les hacían sentir mejor. Así nació el Día Mundial del Abrazo, que se celebra cada 21 de enero.

Zaborney escogió este día porque queda a medio camino entre Navidad y San Valentín. Quería recordar a todo el mundo la importancia de seguir compartiendo demostraciones de cariño sin que fuera por la obligación de ninguna fiesta señalada. Ahora bien, de haber sido español tendría que haber propuesto el 31 de agosto.

Tal día como aquel pero de 1839, en el municipio guipuzcoano de Vergara (en euskera y oficialmente Bergara), los generales Baldomero Espartero y Rafael Maroto escenificaron el final de la primera guerra civil que vivió el país en el siglo XIX. Decimos la primera porque después vinieron dos más. Todas motivadas por disputas dinásticas.

Todo empezó en 1833 al morir Fernando VII y saber que el monarca había declarado a su hija Isabel, de solo 3 años, como heredera al trono. El tío de la niña puso el grito en el cielo y reclamó sus derechos sucesorios. Y con él empezó todo. Mientras los políticos y militares más liberales se alineaban junto a Isabel y su madre, la reina regente María Cristina, los sectores más conservadores, al grito de «¡Dios, Patria, Fueros y Rey!» se mostraron favorables al pretendiente Carlos María Isidro. De ahí que sus seguidores se llamaran carlistas.

Las primeras sublevaciones se produjeron enseguida, en octubre de 1833, y los principales focos del conflicto fueron el Maestrazgo, Catalunya, Euskadi y Navarra. Aquellos enfrentamientos marcaron la política española durante todo el siglo XIX y desangraron el país, que era incapaz de alcanzar el mismo nivel de desarrollo de sus vecinos europeos que, poco a poco, iban construyendo modernos estados liberales.

Parar la guerra con un abrazo

Parar la guerra con un abrazo

La diferencia de fuerzas entre ambos bandos era notable. Mientras los liberales eran un ejército organizado que contaba con el apoyo del poder, los carlistas se encuadraban en grupos más reducidos que solían llevar a cabo acciones de guerrilla en zonas más o menos montañosas. Por ejemplo, en Catalunya, en aquellos tiempos controlaron el Berguedà y el Ripollès.

El problema de los partidarios del pretendiente era que cada cabecilla hacía la guerra por su cuenta y eso generaba muchas tensiones internas. Esta circunstancia fue aprovechada por el jefe de los isabelinos, Baldomero Espartero, para iniciar negociaciones con Maroto, general carlista partidario de detener las hostilidades. Cuando algunos de sus compañeros de armas se enteraron, conspiraron para derrocarlo, pero Maroto descubrió la maniobra y no dudó ni un instante en lo que tenía que hacer: fusilarlos. Fueron asesinados de rodillas y con un tiro por la espalda. Un procedimiento ignominioso según los códigos de conducta de los hombres de armas de entonces. Tampoco vaciló en encarcelar al emisario que había enviado Carlos María Isidro, ya que el pretendiente no quería aceptar la paz de Espartero. La consideraba una rendición.

A pesar de todas estas presiones, Maroto terminó firmando el acuerdo con Espartero. Detenía las acciones militares a cambio del compromiso de los isabelinos de mantener los fueros de las provincias vascas y de permitir el ingreso en el Ejército oficial de todos los carlistas que lo solicitaran, y con la promesa de respetarles el rango. Además, se contemplaba la amnistía de todos los prisioneros de guerra que acataran ese convenio.

Aunque el documento se firmó el 29 de agosto, la escena famosa se vivió un par de días más tarde cuando, al encontrarse, los dos líderes se fundieron en un abrazo que ha pasado a la historia como «el abrazo de Vergara».

Ahora bien, la escena idílica solo sirvió para pacificar un poco los territorios del norte, porque muchos carlistas no estaban dispuestos a comulgar con ruedas de molino y querían ver a su rey sentado en el trono de España al precio que fuera.

Una calle en Barcelona

Una pequeña vía que conecta la calle de Balmes con la plaza de Catalunya se llama Bergara en recuerdo de aquel episodio. Paradojas de la historia, Espartero, en 1842, para reprimir una revuelta urbana, dio la orden de bombardear Barcelona, lo que causó un número indeterminado de víctimas.

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