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Ánxel Vence

El ministro y el virus de la tele

Sostiene la última encuesta del Centro de Investigaciones Sociológicas que el Partido Socialista sería el más votado en las elecciones del próximo mes en Cataluña. Tan grata perspectiva para el partido gubernamental se debería al arrastre del hasta hoy ministro de Sanidad, Salvador Illa, que en su condición de candidato a la presidencia de la Generalitat atrae a más votantes que ningún otro.

El pronóstico no deja de resultar curioso, si se tiene en cuenta que no es el Gobierno en el que militó Illa sino los reinos autónomos los que se encargan de gestionar el combate a la epidemia. Unos lo harán bien, otros regular y otros mal; pero a ellos corresponde tomar medidas. Sin embargo, es un ministro de limitadas competencias -como la de repartir vacunas o prohibirles cosas a las autonomías- el que obtiene la mejor valoración de los ciudadanos en los sondeos.

La fácil explicación de este aparente contrasentido es la tele. Lo que de verdad importa no es hacerlo bien, mal, o no hacer nada, sino salir en pantalla. Tanto da si es la de la vieja, pero aún muy influyente televisión o la de su moderna versión sucedánea de YouTube. La de Tik Tok no cuenta, que a fin de cuentas los críos no votan.

De hecho, algunos youtuberos -que no dejan de ser presentadores de tele- están ganando millones de euros, a tal punto que los más destacados se van a vivir a Andorra para evitar el mordisco que Hacienda les da a sus ganancias. En el paraíso andorrano pagan solo un 10 por ciento de impuestos sobre el total de sus beneficios, lo que apenas es calderilla si se compara con el 47 por ciento que deberían abonar en España.

La pantalla es lo que importa, que es a lo que íbamos. El ministro Illa salía mucho en la tele y, de rebote, en YouTube, lo que acaso explique las felices expectativas de voto que le augura la reciente encuesta del CIS.

Pasó lo mismo en su día con Pablo Iglesias que, a fuerza de salir mañana, tarde y noche en la tele acabó consiguiendo para su partido un sustancioso número de escaños, aunque estos hayan ido menguando con el paso del tiempo. Pero eso también tiene su explicación. Los focos acaban por quemar mucho al que está todos los días bajo ellos.

Lejos de ser una peculiaridad española, se trata de un fenómeno de alcance universal que comenzó con el triunfo del apuesto John Kennedy frente al malencarado Richard Nixon en uno de los primeros debates televisivos de la historia, cuando la tele se ofrecía aún en blanco y negro.

A partir de entonces, la televisión sustituyó a los viejos mítines como factor esencial en las decisiones de los electores. Quien no sale en la tele -o, modernamente, en YouTube- tiene muchas papeletas para convertirse en extraparlamentario.

Todo esto ayudaría a entender, tal vez, el hecho un tanto anómalo de que el ministro de Sanidad haya compaginado durante un tiempo su cargo con el de aspirante a la gobernación de Cataluña. Un ministro (y más el de Salud, en tiempos de epidemia) no para de comparecer ante el público en la tele, lo que de por sí incrementa sus posibilidades de ser más conocido y, por tanto, más votado.

Inquietará si acaso a los más escrupulosos que el Gobierno esté retrasando medidas más drásticas contra el virus para garantizarle al ministro y candidato un buen resultado en las elecciones de Cataluña. Pero a quién le importan esas minucias en el país donde reina Belén Esteban.

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