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Entender + con la Historia

Una bombilla de dibujos animados

Tal día como hoy pero de 1880, Thomas Alva Edison presentó en el registro de patentes y marcas de Estados Unidos su diseño de bombilla. Antes de que alguien corra a escribir un correo al periódico para decir que no fue él quien la inventó, ya lo digo yo: no, no fue él. Pero tampoco el británico Joseph Wilson Swan, a quien siempre se le ha atribuido la paternidad de la cosa. Según la investigación de los historiadores Robert Friedel y Paul Israeli, antes que Swan y Edison, 22 inventores y científicos se quemaron las cejas para conseguir encontrar un sistema de iluminación artificial que fuera más eficiente que el fuego.

Imagen de una idea

Gracias a la suma de esfuerzos de todos ellos, la humanidad no debe tener llamas encendidas dentro de los hogares. De hecho, el desarrollo de la electricidad permitió muchos avances tecnológicos posteriores. Sin embargo, a pesar de los cambios vividos desde 1880, todavía hoy cuando alguien tiene una idea exclama que se le «enciende la bombilla». En realidad no tiene ni que verbalizarlo. Tan solo debe utilizar el emoticono pertinente y ya se sabe qué quiere decir.

Si en el siglo XVIII un pintor hubiera retratado a alguien con una bombilla pintada en la cabeza, además de tomarlo por loco, nadie habría entendido nada. Ahora, en cambio, cuando aparece en un cómic o en una serie de dibujos animados, no necesitamos explicaciones. De hecho, el cine fue la puerta de entrada de este pictograma en nuestras vidas. Hace 100 años, cuando la gran pantalla era el entretenimiento más popular, triunfaban los cortos animados. Las películas aún eran mudas y Walt Disney no había dado vida a Mickey Mouse.

La gran estrella era el gato Felix. Muchos defienden que fue este felino el pionero en la cuestión que nos ocupa, porque en sus surrealistas historias jugaba con las expresiones onomatopéyicas y signos de interrogación, que aparecían en la escena para reforzar la acción, ya que los personajes no tenían voz. Pero por más que se ha buscado, nadie ha encontrado una escena donde saliera la bombilla.

Seguramente todo se debe a un malentendido con una base verídica. En 1925, Felix protagonizó un filme de nueve minutos titulado The cat & the kit, pagado por la empresa Edison con el objetivo de publicitar su marca Mazda de bombillas para coche. La trama es sencillísima: Felix llega tarde a su boda porque se le funden los faros del coche, pero todo se arregla cuando consigue un recambio Edison (si alguien se lo está preguntando, sí, la boda es nocturna. Cosa de gatos supongo). La esencia es la misma de muchos anuncios de hoy en día, con la diferencia de que ahora van cargados de música, color y acción, pero la base no ha variado mucho.

El pobre Felix no se adaptó al cine sonoro y perdió el favor del público. En cambio, Betty Boop, con sus canciones y bailes, cautivó a los espectadores de los años 30. Enamoraba su estilo de chica moderna, amante de la música jazz, los peinados cortos y del maquillaje. Aquel personaje estaba inspirado en las flappers, que era como se conocían las chicas modernas de América de los años 20 30. Betty tuvo problemas con la censura, que en 1934 obligó a la productora Paramount a modificarle el vestuario para hacerlo más decente. Decían que iba demasiado escotada.

El viejo Grampy

Al año siguiente introdujeron algunos personajes secundarios en las tramas para enriquecer las historias. El más destacado era Grampy, un viejo inventor excéntrico que cuando tenía que pensar, se ponía un sombrero con una bombilla incorporada, que se encendía cuando encontraba la solución al problema que lo hacía cavilar. En aquellos momentos la electricidad ya se había popularizado muchísimo y todos los espectadores eran capaces de entender la gracia de aquel gag recurrente que aparecía en todos los episodios.

Desde entonces, el uso de la bombilla como sinónimo de idea y, por extensión, de todo lo relacionado con el mundo de la creatividad se ha popularizado tanto que ahora incluso tenemos su dibujo en el teclado móvil por si nos da pereza escribir «¡tengo una idea!».

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