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Alfonso González Jerez

Retiro lo escrito

Alfonso González Jerez

Los límites de la indignación

La indignación se suele tomar como uno de los síntomas de salud política o moral. Sin duda puede admitirse así, pero también la indignación, como actitud ética, se ha degradado mucho. Entre lo que indignaba a Marx o a Schopenhauer y lo que indignaba a Franz Hessel –cuyo celebre panfletillo fue un éxito a raíz de las efímeras protestas del 15 M– se puede medir un abismo de inteligencia y compromiso hermenéutico. Hessel repetía, como un anciano periquito, cuatro mantras de una supuesta izquierda supuestamente radical. Pero para él lo fundamental, lo primero que tenían que hacer los jóvenes, era indignarse mucho. Si se piensa un poco es extraño. Es como exigir a la gente que se ría, se rasque compulsivamente el cogote o agote las posibilidades de la melancolía de un domingo por la tarde. Antes a la pibada se la trataba con más respeto. Se le ofrecían razones seductoras, se le señalaban contradicciones, se les pedía que razonaran y sospecharan racionalmente sobre ciertas estupideces malignas o intimidatorias, se les convocaba con cierto ingenio: sé realista y pide lo imposible. Hoy no. Hoy basta con aullar los buenos sentimientos, maldecir a los infames, ser ciego a las miserias propias y escenografíar pataletas.

No dudo ni por un instante que Noemí Santana, y el resto de sus compañeros de Unidas Podemos, rechacen frontalmente la canallesca política migratoria (antimigratoria) que está desarrollando el Gobierno español en Canarias. A Santana, como a Laura Fuentes o a Juan Márquez –por citar solo tres altos cargos de Podemos Canarias en el Ejecutivo regional– este mezquino y reiterado atropello –estoy seguro– les entristece, irrita y alarma. Lo malo es que también les supone un problema político: tanto en Madrid como en Canarias cogobiernan con el PSOE. Para encubrir esta (ahora) desagradable circunstancia los de Podemos Canarias tiran, precisamente, del viejo recurso de la indignación. Están tan indignados, incluso, que todos sus cargos públicos han firmado una carta en la que exponen su “hartazgo” por la dramática situación de los migrantes, y la propia Santana ha multiplicado sus apariciones en los medios para enfatizar su propio malestar y el de sus compañeros.

Lo que ocurre es que, desde el punto de vista de la responsabilidad política, la protesta de Podemos Canarias carece de sentido y es, en el mejor de los casos, una señal de palmario desconocimiento del funcionamiento de una democracia representativa, y en el peor, un intolerable ejercicio de cinismo. Un Gobierno no es, políticamente, un conjunto de compartimentos estancos. En el Gobierno, órgano colegiado, la responsabilidad de todas las decisiones política es compartida, y esa responsabilidad común resulta ineludible. Marlaska puede tomar sus decisiones como ministro de Interior –como cualquier otro ministro– porque su Gobierno existe gracias al apoyo parlamentario de PSOE y Unidas Podemos. Y al ser un órgano colegiado y solidario responde políticamente de las decisiones tomadas colectivamente. Cuando Podemos Canarias simula protestar contra el Gobierno español está protestando contra el PSOE y contra Unidas Podemos, la organización federal en la que se integra. Está protestando, en definitiva, contra sí mismo.

Algunos han señalado, acertadamente, que los partidos políticos no están para firmar cartas que chorrean indignación, sino para actuar dentro y fuera de las instituciones. Podemos Canarias podría mandatar a sus diputados para presentar mociones o exigir dimisiones, pero, por supuesto, no lo hará. No lo hará porque ese Gobierno, el presidido por Pedro Sánchez y vicepresidido por Pablo Iglesias, es, precisamente, su Gobierno. La indignación es llamativa y pinturera, pero tiene sus límites, porque con las cosas de comer (y de desayunar y merendar y cenar) no se juega.

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