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Javier Durán

Enfado juvenil

Nos están jodiendo la vida”, he oído decir a más de un joven malhumorado por las dificultades que encuentra para llevar el mismo estilo de vida que tenía antes de la pandemia. El malhumor se convierte en ira al considerar que suele salir malparado a la hora de señalar a los culpables de un foco de contagios: siempre miran hacia nosotros. Y se indigna al ver que los títulos que acumula, los idiomas, el máster, los voluntariados y las becas no sirven para nada. Los antropólogos y sociólogos advierten sobre el peligro de la juvenofobia, una corriente que ha crecido como una marea durante la pandemia y por la que muchos mayores advierten que en la juventud y sus desafueros está las raíz del problema. Al igual que en otros momentos dramáticos de la Historia, una parte de la sociedad necesita un chivo expiatorio al que atribuirle el origen de los males.

Más allá del clásico y difícil entendimiento entre jóvenes y mayores, marcado por el cambio generacional y la adopción de determinadas actitudes de rebeldía que tienen su mejor campo de batalla en el ámbito familiar, cabe subrayar que se cuece otro momento clave donde la dinámica del progreso individual ha quedado en suspenso. Sólo hay que ver las estadísticas y conocer los estragos del paro juvenil, porcentajes escandalosos que nos ponen delante de una generación covid bloqueada en sus aspiraciones de independencia económica, emancipación del hogar familiar y muy crítica con el mundo que les ha dejado sus padres.

El fenómeno de admiración masiva hacia los youtubers millonarios que amasan seguidores y quieren irse de España para poner su fortunas a buen recaudo del fisco constituye, en sí mismo, un signo de que adolescentes y jóvenes cansados de no tener cabida en el sistema de los mayores se buscan la vida con modelos alternativos. Modelos que asombran a sus padres y profesores, sobre todo por las ingentes ganancias que obtienen a través de sus mensajes estridentes. La idea fulgurante de una startup como organización para desarrollar servicios o productos, símbolo del joven emprendedor, parece quedar atrás: se impone la ganancia rápida e individualista, desvestida de carácter empresarial.

La pandemia acelera la brecha digital entre los mayores y los jóvenes. De hecho, estas semanas los universitarios han protestado contra los rectorados, que retornaban a la directriz de los exámenes presenciales frente a los no presenciales. Las autoridades académicas -el ministro Castells apoyó a los alumnos- justificaron la arriesgada decisión en la falta de medios para controlar las pruebas a distancia, que es una manera sutil de decir que temían las copiaderas. La opción elegida deja al descubierto el atraso tecnológico de la mayoría de las universidades, pero también abunda en la idea de que los objetivos de los jóvenes se separan cada vez más de la generación que tutela su aprendizaje universitario. Por no hablar ya de la desconfianza, que en la práctica significa reconocer la incapacidad creativa de la universidad para encontrar un sistema alternativo para examinar.

El eslabón suelto es cómo van a reaccionar políticamente los jóvenes expulsados del mercado laboral, con sus currículum atestados de conocimientos. La sensación de orfandad que padecen y la posibilidad de que se les culpe de la situación en la que están, debido a que sus conocimientos no son acordes con las transformaciones del escenario pospandémico, no vaticina nada bueno. Los populismos acechan, deseosos de explotar el enfado juvenil frente a un futuro que se les plantea plagado de interrogantes y que ya empieza a dejarlos en la cuneta.

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