En contadas ocasiones mis alumnos de secundaria toman conciencia de que los profesores somos personas incluso fuera del centro educativo. Se cruzan contigo por la calle y se muestran sorprendidos de que existas o algo así. Algunos saludan efusivamente, otros agachan la cabeza y no saben dónde meterse. Cuestión de caracteres.

Sin embargo, el otro día, estaba yo haciendo la compra de familia numerosa en el Mercadona del barrio cuando un chaval de unos 15 años - más alto que yo - me saludó efusivamente.

- ¡Hola!

- Hola, le contesté, sin saber quién era. La mascarilla no me lo ponía fácil la identificación, pero tampoco reconocí la silueta de su cuerpo adolescente y desgarbado.

- ¡Qué bien que ya falta poco para que empiece la competición! ¿Eh? Por fin...

Entonces caí en la cuenta.

- ¡Ah! Sí, sí... es verdad. ¿Qué tal lleváis los entrenos?

No duró mucho más la conversación. Pero, de repente, me di cuenta de que pocas veces un alumno de esa edad me había tratado cordialmente “como persona” fuera del ámbito académico. Y eso que soy maestro de Música y trato de dar toda la confianza del mundo a mis alumnos, que saben que pueden contar conmigo.

¿Cuál es la clave en esta anécdota? - se estarán preguntando. Pues la clave es que este alumno, cuyo nombre no menciono porque todavía no me los he aprendido, participa este año como rookie en la Liga escolar nacional de IESports (deporte electrónico) y yo soy el responsable a nivel de centro, además de secretario. Desde inicio de curso, a través de mensajería interna, pusimos en marcha la competición, de la que forman parte cuatro equipos de entre 3 y 7 jugadores (cinco titulares más dos suplentes). Quizá al lector no le suenen las disciplinas que se manejan: el afamado “LOL”, por “Liga de Leyendas” en sus siglas en inglés, es un videojuego de PC complejo de estrategia en equipo; el Rocket League (Liga de Cohetes) una especie de “fútbol de fantasía” en el que los jugadores son coches teledirigidos - ¡imagínense! un poco caótico, pero como es multiplataforma permite competir desde diferentes consolas, lo cual resulta bastante divertido según dicen; el Smash Bros Brawl (traducible por “pelea de hermanos que se aplastan”), es el único juego de lucha, pero más family-friendly que el judo real; y finalmente, el más tranquilo de todos que se puede jugar incluso con el móvil: el Clash Royale (”Choque de reyes”), lo que viene siendo un ajedrez animado y con muchas más opciones.

Lo cierto es que no sé en qué categoría juega mi alumno del Mercadona, pero sí sé que desde octubre compartimos un espacio virtual (un servidor de Discord). Allí comentamos por chat. Todos tienen su nick o apodo. Se conectan, quedan para jugar, hacen equipo.

Es como que, de pronto, hay un nuevo nicho disponible. Uno que hemos ido fraguando a base de organizar dos o tres torneos internos a nivel de centro, no sin ciertas reticencias sobre la conveniencia de “normalizar” los videojuegos como si tuvieran algo que aportar.

Pero es que resulta que el planteamiento que hacen en IESports es impecable. Menciono únicamente los valores que se promueven: sinceridad, disciplina, diversidad, compromiso, trabajo en equipo, esfuerzo, alegría, amistad, superación, valentía, sabiduría, respeto, humildad, justicia, integración y deportividad. En Pedagogía sabemos que no es nada nuevo el hecho de que todos estos valores se pueden trabajar mediante el juego. De hecho, muchos pensamos que no sólo se pueden sino que se deben, puesto que el factor gamificación hace que la motivación aumente, los aprendizajes sean más intensos, más rápidos y significativos.

Pues bien, a todos aquellos que aún desconfían de que esta nueva práctica de los esports ha llegado para quedarse, les invito a que sencillamente antepongan el prefijo “video” a la hermosa y amigable palabra “juego”. Es más, lo que antes describía el medio (la imagen, la pantalla) resulta que ya no es lo fundamental. Jugamos a través de pantallas, cierto, pero al mismo tiempo que nos comunicamos mediante el chat de voz, coordinando movimientos y estrategias. En una partida de dos horas hay tiempo para reír, llorar, frustrarse, emocionarse, gastar adrenalina... ¡y en especial a estas edades!

Por todo ello, entre otras cosas, creo que aunque no llegaremos a ver cómo los deportes-e forman parte del currículo escolar más que accidentalmente - pues tampoco los juegos tradicionales, ni el ajedrez, ni ningún deporte en concreto está recogido como tal - sí que dentro de no mucho tiempo la función socializadora de la cuatrola y el mus habrá sido sustituida definitivamente en la práctica totalidad de los hogares y clubes de ocio.

Yo, por el momento, ya he empezado a “recetar” a algunos alumnos que se apunten a las competiciones de esports de mi centro. Es una oportunidad que no se puede dejar escapar. Son chicos por lo general reservados, con problemillas por falta de habilidades sociales, de estos que no saben qué hacer en los recreos o que se quedan solos; a veces con padres un poco sobreprotectores que no les dejan salir a jugar a la calle con doce o catorce años. Y encima, ahora, confinados en casa. En cuanto descubran que hay todo un mundo de juego, amistad y sana competición deportiva por descubrir seguro que florecerán, viendo reflejada su autoestima y autoimagen.

Lo mejor de todo es que cuando me cruce con ellos por el pasillo quizá no los reconozca a la primera, pero ellos a mí sí. Y tendrán una excusa para saludarme efusivamente y con una sonrisa en la cara, en lugar de salir corriendo a esconderse... o a esconder su móvil... o a esconderse en él.