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Antonio Perdomo Betancor

Objetos mentales

Antonio Perdomo Betancor

Davos, materia oscura

Los alarmantemente ricos y poderosos del mundo presentes en el Foro de Davos recientemente celebrado, y del que Xi Jinping, presidente de la República Popular China (la dictadura comunista más populosa del planeta) fue el invitado de honor, programan la economía mundial y preparan al resto de los ciudadanos para que sin riqueza alguna sean felices. ¡Cuánta preocupación por la felicidad de los otros! Puede que la medicina que recetan afecte al mundo, pero son las respuestas de aquellos mismos que han creado la enfermedad y que, supuestamente, tratan de resolver por lo que no sólo resulta paradójico, sino que es de las mismas entrañas de la enfermedad que padece el mundo de donde proviene la riqueza que les permite presentarse en el Foro de Davos como salvadores.

Sabemos por experiencia que el mundo de la vida contiene dos tipos de riquezas, una riqueza material que concierne a las necesidades que exige una vida digna vinculada a la libertad, y otra espiritual ubicada en un mundo interior indiscernible. Esto es lo que se pensaba hasta que, en un alarde de ingenio, Bill Gates y sus colegas han pontificado que se puede ser feliz sin tener nada. Y puede que lleven razón. Sin embargo, extraña que Bill Gates, un multimillonario que ha extraído plusvalías del sufrimiento de millones de personas dé lecciones de felicidad sin renunciar previamente a su riqueza, cuando, según predica, abdicando de la misma puede ser feliz.

Una de las lecciones impartidas, llamativa en extremo, expresa a mi juicio desfachatez y sarcasmo. Es para tomar apuntes: “En el 2030, no tendrás nada y serás feliz”. La característica de esta profecía es que tal cosa puede ocurrir o no puede ocurrir, y cuya verdad puede realizarse en uno de los mundos posibles. Entiendo, no obstante, que tendrá más posibilidades de materializarse si se deja el mundo en manos como las suyas. El señor Bill Gates puede pronunciarse con esa descarnadura en un Foro como el de Davos en la medida que es profundamente rico. Otra cara de la misma profecía nos obliga a pensar que Bill Gates ha sido jodidamente infeliz, si como resultado de su inmensa fortuna concluye que se puede ser feliz sin nada, le delata su negativa a arrojar lejos de sí el fardo de la riqueza. Y al no hacerlo la conclusión de su lección resulta una contradicción, y, naturalmente, de una contradicción se sigue cualquier cosa.

La cara más subjetiva del asunto que nos ocupa nos remite a reflexionar si a pesar de su infelicidad, dada su propuesta, Bill Gates está equivocado y ha llegado a ser feliz alguna vez, sólo que no ha descubierto que lo ha sido, en cuyo caso debe mostrar a los que aconseja para ser felices, que lo ha sido. A mi juicio no existe tarea mayor ni más complicada. Y si ha sido feliz, en qué grado la riqueza ha sido un obstáculo. Desconocemos si en algún momento del pasado fue pobre y feliz, en cuyo caso existe la posibilidad de que haya un registro de esa felicidad en su mente. Pero el tema no se resuelve tan fácilmente, pues puede que lo que recuerda como felicidad haya sido un engaño de su mente, de cuya capacidad para reparar tragedias bien saben la psicología y la psiquiatría. Si realmente no ha sido un obstáculo hemos de suponer que la riqueza en sí incide en la felicidad. Si es así, su tesis es falsa. Debido a la labilidad y difusividad de un término como felicidad puede hacernos sospechar que esa felicidad supuesta ha sido un sentimiento espurio que bien pudo camuflarse por su cercanía emocional, por su similitud, con el de felicidad.

Llegados a este punto, quizá la felicidad sea un estado mental, un objeto mental, que sólo depende del individuo como singularidad porque en su mente emerja este fenómeno independiente, y ante cuyo contenido inefable el llamado abismo explicativo la confina. Si es así, las palabras de Bill Gates carecen de sentido.

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