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Manuel Ángel Santana Turégano

Canarias, Canadá, las minas de oro y el colonialismo

El drama de la inmigración africana hacia Europa en el siglo XXI tiene que ver, entre otros factores, con las consecuencias del colonialismo europeo del XIX y XX. África es fuente de materias primas, como el oro, cuyo precio se ha elevado en los últimos tiempos por ser un componente usado en la tecnología. Si tradicionalmente Sudáfrica era el mayor productor mundial de oro, en los últimos tiempos se ha incrementado la extracción de este metal en lugares mucho más cercanos a Canarias, como Mali, país que sufrió un golpe de Estado en agosto de 2020. Y al norte de Mauritania, casi en la frontera con el Sahara, a unos 400 kilómetros de la antigua Villa Cisneros en que muchos canarios hicieron la ‘mili’, una compañía canadiense opera la mayor mina de oro a cielo abierto del mundo, si bien la explotación la dirige desde las oficinas que tiene en Gran Canaria.

Cuando algunos canarios se quejan de ser tratados por el gobierno español de manera colonial lo hacen porque piensan que los territorios colonizados son explotados por las metrópolis, lo que impide su desarrollo, bajo el supuesto de que los territorios que han sido colonia sólo pueden desarrollarse cuando cortan los lazos con la antigua metrópolis. Lo que a menudo se tiende a pasar por alto es que Canadá, ese país tan rico y desarrollado, no sólo es que fuera en algún momento colonia británica, sino que nunca ha cortado completamente los vínculos con el Reino Unido, hasta el punto de que a día de hoy sigue compartiendo la jefa de Estado, la reina Isabel II de Inglaterra (y de Australia y Nueva Zelanda, entre otros lugares).

Canarias y Canadá se parecen en que en algún momento fueron territorios en que una potencia europea ocupó unas tierras hasta entonces habitadas por otros pueblos, en el que se instalaron personas, además de la potencia ‘ocupante’, de otros países, y en el que la cultura y la lengua tienen grandes vínculos con la antigua potencia colonizadora. En Canarias hablamos un español más cercano en muchos aspectos al que se habla en América que al que se habla en la península. En Canadá el inglés que se habla es más cercano al estadounidense que al británico. Basta visitar Ottawa para comprobar la pervivencia de las tradiciones británicas en América del Norte, pero mientras que en la capital de la antigua colonia de Canadá no se suele culpar a la antigua metrópoli de los problemas del país, en Canarias se dice a menudo que nuestro principal problema es que “Madrid nos discrimina”. Cierto es que el Parlamento de Canarias sólo legisla sobre parte de la vida de los canarios, por ejemplo, sobre el 50% del IRPF, el IGIC o la REF. Pero mientras que los canarios tenemos representantes políticos que legislan sobre lo que pasa en toda España, los representantes políticos de los canadienses no influyen en lo que pasa en el Reino Unido. Por más que seguramente hay canadienses a los que les importa más lo que sucede en Escocia, o la relación del Reino Unido con Europa, que lo que les importa a la mayoría de canarios, que no pagan IVA, lo que pagan los catalanes de IVA en la factura de la luz. Y no olvidemos que nuestros representantes en el Congreso de los Diputados pueden influir con su voto en el IVA que se cobra a la electricidad.

Para valorar hasta qué punto tiene sentido comparar Canarias y Canadá hay que tener en cuenta que quizá las distancias en el mundo virtual en que viven algunos políticos no coinciden con las distancias el mundo real. Hace un par de meses una diputada canaria preguntaba al jefe del gobierno español si es que Canarias no es España, si es que no es Europa. A la mitad de la distancia que separa Canarias de Madrid una compañía canadiense opera la mayor mina de oro a cielo abierto del mundo. A la misma distancia de Canarias que Madrid está Mali, un país en que el oro es un recurso geoestratégico de transcendencia mundial y que vive un período de inestabilidad política. ¿Cómo puede no afectarnos en Canarias lo que sucede en África? Aunque Canadá fue en algún momento una colonia británica ello no ha impedido que hoy sea uno de los países más desarrollados del mundo. Hace 250 años, imbuidas del espíritu colonial, las élites de América del Norte tendían a considerarse más europeas (británicas) que americanas, por asociar América a lo que consideraban ‘pueblos primitivos’. Pero en vez de lamentar lo lejos que estaban de la Europa que consideraban la fuente de su cultura se dedicaron a aprovechar los recursos que tenían por estar en América. En la actualidad, imbuidas del ‘síndrome del colonizado’, ciertas corrientes políticas canarias centran su discurso en lo lejos que estamos de España (y de Europa), y en cómo se nos debería de compensar por ello. En vez de asumir que estamos donde estamos y que, literalmente, estamos al lado de una mina de oro. ¿Por qué cuando los canadienses miran a África ven oportunidades (una mina de oro) y nosotros no vemos sino problemas? Hay quien dice que eso es porque estamos sometidos bajo el yugo colonial. A mí, sinceramente, me parece que ese yugo, si existe, estará en la mente de quien lo dice. Porque, formalmente, tan súbditos de Felipe VI somos los canarios como los canadienses de Isabel II. Dado que las cosas son como son, y no como quisiéramos que fueran, por más que nos lamentemos de estar lejos (de España, de Europa) eso no lo vamos a cambiar. Por eso quizá podríamos aprender de los canadienses: veamos oportunidades donde otros se empeñan en ver debilidades. Y es que estamos, literalmente, al lado de una mina de oro.

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