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El puzle, qué rompecabeza

Resultados de las elecciones al Parlament.

No hace ni 48 horas del escrutinio de la jornada electoral y ya se han gastado todos los tópicos posibles para definir una situación política realmente compleja. Una de las expresiones más habituales que se han escuchado desde el domingo por la noche es que hay que conseguir resolver el rompecabezas. Aunque seguramente sería más fácil hacer un puzle de 5.000 piezas de la Capilla Sixtina (no me lo invento, existe) que encontrar la manera de formar un gobierno estable en Cataluña.

La curiosa palabra puzle es de origen incierto pero en cambio todo el mundo coincide en atribuir la paternidad de este tipo de rompecabezas a un cartógrafo y grabador inglés llamado John Spilsbury. La gente de su oficio se ganaba la vida dibujando e imprimiendo sus propios mapas. Parece que él habría tenido la ocurrencia de pegar una de sus obras encima de una pieza de madera, y entonces cortarla en fragmentos resiguiendo el contorno de las fronteras. Spilsbury los bautizó como “mapas diseccionados” e inicialmente hizo 24 modelos diferentes, que incluían un mapamundi, los continentes y los principales países del mundo.

Esto sucedía alrededor de 1766, cuando las clases adineradas británicas comenzaban a tomarse en serio la formación de sus vástagos y les querían ofrecer juguetes educativos. De hecho, uno de sus clientes fue el rey Jorge III, que los adquirió para sus hijos. Una buena herramienta para que quien debía controlar el Imperio Británico conociera su geografía.

Que los mapas de Spilsbury no estaban al alcance de todos los bolsillos lo demuestra el hecho de que su precio oscilaba entre los 7 y los 21 chelines, en un momento en que un trabajador como mucho podía ganar 2 chelines al día. Sin embargo, cuando se vio que la idea tenía salida, muchos otros se apuntaron al carro y se hicieron puzles de otras temáticas, por ejemplo para enseñar las dinastías reales inglesas y la religión a través de cuentos con un potente mensaje moralizante.

Gracias a la evolución de la tecnología y de los materiales, los rompecabezas fueron evolucionando. Sobre todo a partir del siglo XX, cuando su producción se pudo abaratar al hacerlos de cartón. Fue entonces cuando la gente empezó a referirse a ellos con la palabra puzle, de la que nadie sabe explicar con certeza su origen. En aquellos momentos ya no era un simple juguete para niños sino que comenzaba a ser visto como un producto para todas las edades, especialmente después del crack de 1929.

Durante la Depresión de los años 30 se vivió la edad de oro del puzle. Muchas marcas de EE UU lo convirtieron en el objeto promocional estrella de sus campañas publicitarias. Hasta el punto de que algunas ponían en circulación un nuevo modelo de rompecabezas cada semana. Los más populares llegaron a tener una tirada de hasta 200.000 ejemplares. Es comprensible. Era un momento de mucha miseria económica y donde el entretenimiento doméstico era escaso. Hay que tener en cuenta que la radio empezaba a entrar en las casas y ni se soñaba en la televisión, que era poco más que una utopía científica. Por lo tanto, los puzles ofrecían la posibilidad de pasar muchas horas en los hogares sin tener que gastar dinero. Además, era un pasatiempo reciclable porque una vez terminado se podía deshacer para volver a empezar o dejarlo a un familiar o amigo.

Mapa diseccionado

Noventa años más tarde, el confinamiento provocado por la pandemia de la covid-19 ha hecho que muchas personas hayan redescubierto este juguete y en 2020 su industria ha vivido un auténtico boom. A pesar de las nuevas tecnologías y la seducción de las pantallas de los dispositivos electrónicos, muchos se han reencontrado con el placer de buscar en silencio y calma las piezas para hacerlas encajar. Esperemos que nuestra clase política sea de este tipo de gente y tengan pericia a la hora de completar el mapa de Cataluña diseccionado que les ha otorgado la soberanía popular con sus votos. Ahora les toca jugar a ellos.

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