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Observatorio

Los cálculos de los economistas

Muchos comentaristas aún hoy identifican a los economistas como aquellos que miran el coste de todo y no identifican el valor de nada. Ciertamente no todo se puede cuantificar, pero en general intentar hacerlo es útil: lo que no se puede medir o contar acaba no existiendo; deviene espurio, inevaluable. En el oficio de economista es normal evaluar más los efectos de las actuaciones que las necesidades de recursos para alcanzar unos resultados deseados. Ambos extremos tienen que ver con la eficiencia, pero desde perspectivas diferentes: asegurar un resultado sacrificando los mínimos recursos, o con unos recursos dados conseguir unos resultados máximos.

Cuando los cálculos se dan con intervalos de confianza demasiado amplios, la cosa empieza a tambalearse por los que pretenden hacer de la economía una ciencia. Entre estos últimos cálculos estimados han sido objeto de polémica los denominados multiplicadores de la acción del Gobierno durante la crisis (si era mejor para crear actividad económica gastar mucho o bajar impuestos), al margen de constituir una cuestión muy relevante cuando se hacen los cuadros macroeconómicos presupuestarios o las previsiones de crecimiento; en especial si desde el Gobierno se busca mostrar que con las acciones previstas todo será a partir de ahora un camino de rosas. Seguramente, sin embargo, si alguien da un vistazo a los números calculados originalmente desde la econometría, y utilizados para el cálculo de aquellos impactos, flipará (como se dice ahora): cuando un resultado da un rango que va de 0.3 a 2.2 del poder multiplicador, con todos los intervalos de confianza estadística bien contados, es probable que a uno le caigan las ganas de seguir leyendo.

Pero separemos cosas, para ver si aun así salvamos la ciencia lúgubre de tanta fragilidad. Por un lado, un buen cálculo requiere buenos datos, y no es lo mismo hacer una estimación que tiene riesgo, pero tenemos probabilidades asignables en los diferentes escenarios (como en los multiplicadores keynesianos), que cuando trabajamos, además, la acción pública en el contexto de la incertidumbre provocada por los efectos del covid. Por otra parte, a pesar de las diferencias estimadas, no está clara la necesidad de acotarlas a través de restringir la estimación a la coherencia de un determinado modelo macroeconómico, o predicción de las transmisiones, que cuanto más sofisticado más estereotipado y quizás más irreal resulta. Cotejar los datos directamente puede ser mejor, sin apriorismos, a pesar de la varianza resultante, para luego intentar asociar sus causas. Notamos también que no debe ser lo mismo hablar del efecto multiplicador de un gasto realizado por el Gobierno directamente que el hecho a través de transferencias a familias o empresas. Y que una acción presupuestaria no es solo más gasto sino que también puede consistir en reducciones de impuestos y estos, de qué tipo (sobre renta, consumo o beneficios empresariales). Además, los plazos importan, así como el momento del ciclo en el que se encuentre la economía o la política pública en cuestión. Valga todo esto para descargo de la tarea de los economistas ante el desenfreno, de otro modo, de algunos resultados, comentados por parte de quien no mire bien qué se está midiendo.

De los cálculos de algunos economistas choca también cuando estos valoran estrictamente lo que sale por lo que entra (garbage in, garbage out) en lugar de la evaluación de comparar lo que entra por lo que sale (good value for money). Es erróneo buscar, por ejemplo, el valor que la sociedad da a la salud o al cuidado de los ancianos según el gasto público que se hace en sanidad o servicios sociales, cuando este valor lo marca el presupuesto en cada momento disponible. O considerar la incidencia redistributiva del gasto social sin ajustar por el volumen de lo gastado: así cuando se concluye que las pensiones (de hecho, siendo prestaciones contributivas), junto con la sanidad (universal) son las partidas más redistributivas del presupuesto público; cuando en realidad, por euro gastado, lo es la vivienda social y otros gastos necesariamente selectivos.

Todos estos factores de confusión, por exceso o por defecto, dañan a la calle la imagen de los economistas; especialmente cuando todos juntos, en la búsqueda de un titular, olvidan la fuente y la letra pequeña de los cálculos.

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