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Punto de vista

Construir el país o destruir al enemigo: En busca del Draghi español

Acaban de celebrarse elecciones en Cataluña. La intención de unos de retrasar su celebración, así como el interés de otros por mantener la fecha inicial, que sólo deberían estar basados en criterios de salud pública, han servido para comprobar la mezquindad de nuestra clase política al priorizar sus propios intereses partidarios e individuales, por encima del bien general de su población, inmersa en una nueva ola de la pandemia.

Idéntica demostración constatamos con la deserción del ministro Salvador Illa desde el puesto de mando de la sanidad española hacia la política catalana. Para Illa y para el presidente Sánchez son mucho más importantes sus intereses personales y de partido que la salud de la ciudadanía. Salvo que, efectivamente, el ministro lo estuviera haciendo rematadamente mal.

Estamos ante el triunfo de los fracasos. Los socialistas catalanes han vencido en estas elecciones. Sin embargo, sólo obtienen 30 escaños, cuando en las anteriores elecciones Ciudadanos obtuvo 36 y tampoco pudo gobernar. En los anteriores comicios catalanes los independentistas ganaron en escaños aunque no consiguieron superar el 50% de los votantes para su causa. Esta vez también ganan en porcentaje de votos y superan aquella mayoría.

Entre el “éxito” catalán del PSC e Illa y el desastre generalizado del PP, Pedro Sánchez se erige como victorioso al fracasar por segunda vez. Se repite la historia de aquellas segundas generales que le llevaron a la Moncloa.

Mientras todo esto sucede, hace escasos días en El País leíamos una llamada terrible: “España se encuentra sumida en la peor crisis económica desde la Guerra Civil”. En mi opinión personal, yo diría que estamos en la más grave y profunda crisis económica, política y social desde 1898 (Guerra de Cuba). Al igual que entonces, debemos regenerar totalmente el país.

No insistiré en la crisis política, patente, como se ha expuesto. Crisis social: de una sociedad en la que han desaparecido los valores más básicos de su convivencia, donde se han deteriorado sus niveles educativos año tras año, y donde, a pesar de haber acuñado el término resiliencia, hemos convertido a nuestro pueblo en narcisista, incapaz de soportar frustración alguna, y sólo exigente de derechos individuales, indiferente a los derechos de los demás.

Cuando todavía no nos habíamos recuperado de la crisis económica de 2008, en la que arrojamos, y abandonamos, a una cuarta parte de los españoles en los umbrales de la pobreza, la naturaleza nos sumerge en la pesadilla del covid19.

Mientras la mayoría de países europeos han puesto en marcha planes para sostener y recuperar sus economías, en España, con el tejido económico más vulnerable de toda Europa (por sus dependencias externas, como la industria turística, entre otros ejemplos) el gobierno sólo ha impulsado pequeñas medidas coyunturales, medidas sólo pensadas para unos daños por la covid mucho más livianos y de corta duración.

Ahora que los daños son muy superiores a los inicialmente previstos y mucho más duraderos, cientos de miles de familias se incorporan al paro y la pobreza, miles de empresas se acercan al colapso y cierre, y las cuentas del país se acercan a lo insoportable. Mientras esto sucede, el gobierno de Sánchez se parapeta detrás de la fatalidad de esta situación extraordinaria, apostando por unos fondos europeos que supuestamente recibiremos.

Ni siquiera se está trabajando en los proyectos a los que destinaremos dichos recursos. Por desgracia, despilfarraremos los fondos europeos en actuaciones faraónicas, cuasi innecesarias y seguro que improductivas, orladas de demagogia social, corruptelas y de favoritismos personales.

Desde España siempre hemos considerado a Italia como un país en crisis política permanente. Alabamos su madurez empresarial que convive con unos modos políticos indeseables. Sin embargo, en las últimas semanas, la crisis política unida al vértigo de la tercera ola de la pandemia, han abocado a Italia a un proceso de catarsis en su gobierno: Mario Draghi es aceptado por todos los partidos para formar un gobierno de total concentración nacional (sólo un partido se ha quedado fuera).

En lo económico, su gobierno estará dirigido por tecnócratas para salir de la gravísima crisis. En lo político, tendrá ministros de todos los partidos, lo que, de funcionar correctamente, servirá para regenerar el clima entre ellos y la percepción de los ciudadanos de que los políticos lleguen algún día a ser la solución y no los generadores de todos los problemas.

Draghi pasará a la historia por una frase que tuvo mayores efectos que todos los incentivos económicos europeos: “Preparado para hacer todo lo necesario y, créanme, será suficiente”. El valor de la credibilidad sobre cualquier otra cosa. Justo lo contrario a la percepción que tenemos de nuestros políticos españoles.

Como Diógenes con su farol buscando a hombres honestos, yo ya estoy pensando en quién podría ser nuestro Mario Draghi español. Un español que aúne a todo el país en la salida eficiente y productiva de la crisis económica, sin “cubanismos” demagógicos, y sirva de regenerador de la vida social, política y educativa.

Y sirva para aprovechar la crisis para reinventarnos totalmente. Como en el siglo pasado, a continuación de la I Guerra Mundial y la gripe española, vinieron unos años de esplendor y euforia económica, los felices y locos años veinte, que acabaron abruptamente con la crisis de 1929.

Cuando las vacunas se generalicen y la pandemia sea parte de un pasado negro, vendrán unos pocos años de potentísimo crecimiento económico, de grandísimas oportunidades, que podrían, a su vez, terminar en nueva crisis, de sentido contrario, si el país y la sociedad no están adecuadamente preparados para que sea sostenible, prolongado y, sobre todo, bien repartido. De ahí lo de reinventarnos totalmente durante la presente crisis. Deberíamos verlo como una oportunidad, y anticiparnos.

Seguro que estoy pidiéndole demasiado a “nuestro Draghi español”. Tendremos que ayudarle entre todos. Como el título, se trata de revertir los objetivos y pasar del prisma de que todo vale con tal de destruir al enemigo político, al objetivo único y supremo de colaborar en reconstruir el país y su sociedad.

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