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Ánxel Vence

Crónicas galantes

Ánxel Vence

Nace el Partido del Bar

Un grupo de hosteleros de la República Checa ha fundado el Partido del Bar, aunque escogiesen la mucho más anodina denominación oficial de “Abrimos Chequia”. Su propósito es establecer las sedes sociales de la nueva formación en cada uno de los bares que regentan, de modo que puedan estar abiertos al público incluso en épocas de plaga. Cada taberna será un territorio insurgente.

Técnicamente, las nuevas sedes tabernarias no podrían ser prohibidas en tanto que órganos de representación política; si bien habrá que estar a lo que digan los tribunales checos sobre este asunto. Difícil cuestión, sin duda, en el país natal de Kafka.

Habrá quien piense, en efecto, que se trata de un ardid más o menos legal para saltarse la clausura de sus establecimientos a causa de la Covid-19; pero tampoco hay por qué negarle a la gente del bar el derecho a la autodefensa.

La empresa que acometen los taberneros de la ilustrada Praga tiene, en realidad, una fuerte carga cultural y hasta política. Los bares, no se olvide, son centros de reunión social a los que un coronavirus sociópata ha ve-nido a hacerles la puñeta; incluso en mayor medi- da que al resto de la población.

No ha de resultar casual que la taberna sea desde los tiempos de aquella Grecia que acunó nuestra civilización un ágora popular en la que se discuten los graves asuntos de la política y se habla -mal, naturalmente- del Gobierno. Ahí han nacido también las cátedras de balompié, que es la moderna versión de la política. En ese poco apreciado templo de la democracia se forjan amistades, se intercambian ideas y hasta se proclaman soberanías, como la de la República de la Isla de Arousa, que un grupo de animosos isleños declaró fugazmente en un bar allá por los años treinta.

También en los orígenes de la Revolución Americana que alumbró los actuales Estados Unidos está, por supuesto, una taberna. Los primeros planes de rebelión se trazaron, al calor de la cerveza, en El Dragón Verde, de Boston, lugar habitual de reunión de librepensadores y masones entre los que, al parecer, estaba alguno de los firmantes de la posterior Declaración de Independencia.

Quizá por eso los gobiernos, recelosos de estos locales históricamente abonados a la conspiración, la tomen con los bares a poco que tengan un pretexto. Ya lo hicieron años atrás al prohibir la fumeta a sus parroquianos y urdir incluso leyes contra el vino que, por fortuna, no llegarían a prosperar. Ahora es el coronavirus el motivo -serio en este caso- que ha llevado a la limitación y, finalmente, al cierre de las asambleas populares tabernarias.

Entre los muchos desastres de orden fúnebre, sanitario y carcelario que el SARS-Cov-2 nos ha deparado, este de la abolición temporal de los bares podría parecer asunto menor; pero no por ello debe ser despreciado. Algo de convivencia social se pierde cuando se priva al ciudadano de un espacio en el que, por una módica cantidad de dinero, puede relacionarse con otros para arreglar los problemas del mundo alrededor de unos vinos con guarnición de tapas.

Conscientes de ello, los taberneros de Praga han querido devolver a los bares su carácter de instituciones cívicas al convertirlos en sedes del naciente Partido del Bar. Es de suponer que las afiliaciones a la nueva formación política serán multitudinarias. Y que haya carreras hacia la barra antes de que los jueces ilegalicen el partido.

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