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Alfonso González Jerez

Retiro lo escrito

Alfonso González Jerez

1981

Soy de los afortunados que podrán contestarle a sus nietos cuando me pregunten qué hacía el día en que se celebraban cuarenta años del intento de golpe de Estado de 1981: “Escuchaba la declaración institucional del Parlamento de Canarias en la mismísima voz de Gustavo Matos, el Louis Comfort Tiffany del siglo XXI”. Ya, ya lo sé, yo tampoco espero que me crean, pero no puedo negarles la verdad a las criaturas, por conmocionante que sea. Respecto a la misma tarde del 23 de febrero los recuerdos son un poco más vagos, lo que me abochorna sinceramente, porque no encuentro a mi alrededor a nadie que no haya vivido con inusitada lucidez y pasión democrática esa fecha. Gente que se escondió en su casa –como todas las noches– o que quemó el tomo C (comunismo. Del fr.communisme, de commun, ‘común’, e –isme - ‘ismo’) de la Espasa Calpe para no ser torturado o que enterró la documentación de tal o cual partido o sindicato en el monte para salvar las vidas de sus compañeros. Este último grupo es tan abundante que siempre he temido que el subsuelo de Tenerife haya quedado afectado y cualquier día la isla se hunda en el océano.

Recuerdo que en el instituto de bachillerato (el Teobaldo Power) nos dejaron salir más temprano. Recuerdo la cara de susto de un amigo cuyo padre era un dirigente de la UGT. Recuerdo que un grupo de compañeros decidimos dar un paseo por el centro de la ciudad, deteniéndonos a jugar al futbolín en los locales situados encima de la Rambla General Franco dos o tres veces. Se estaba desarrollando un golpe de Estado, con el Gobierno y los diputados secuestrados por un grupo de facinerosos, pero todo seguía abierto en la pequeña ciudad: cafeterías, bares, comercios, despachos profesionales. Funcionaba el transporte público Nadie, absolutamente nadie, movió un pelo. No se escuchaba media frase a favor o en contra de los golpistas. Pasamos y volvimos a pasar por delante de la Capitanía General: los soldados de guardia ofrecían una estampa tan anodina como siempre. Algún novelero –quizás yo mismo– propuso echar un vistazo por la sede de Fuerza Nueva, que cerraría muy pronto para ser sustituida por uno de los tugurios más inhabitables de Santa Cruz. Ahí sí había movimientos: pibes muy jóvenes y puretas de sienes plateadas entraban y salían constantemente. Años después entrevisté al que fuera gobernador civil, Javier Rebollo, que me explicó que solo se puso nervioso cuando, sobre las seis de la tarde, se pudo poner en contacto con el capitán general, Jesús González del Yerro, quien le dijo que no se preocupara. “Yo, como usted, sigo las órdenes que me den”. Exactamente en ese momento la actitud de Rebollo pasó de la aprensión al tembleque. No logró contactar con el jefe militar hasta el día siguiente, cuando todo había acabado.

Esta sociedad vive la peor crisis económica desde la Guerra Civil y, aun así, dispone de medios e instrumentos que ha traído la democracia parlamentaria y el desarrollo del estado de las autonomías. Por ejemplo, un sistema sanitario amplio, universal y gratuito. Canarias es una sociedad mucho más soportable, más libre, más digna que en 1981. Claro que hay quien opina distinto aunque también esté en las instituciones. El mundo del diputado Francisco Déniz, por ejemplo, es un país donde la gente teme a un monarca constitucional, los tribunales absuelven a manadas de fascistas y violadores, existen presos políticos y puede que terminen prohibiendo el gofio porque tiene color amarillo. El país de sus pesadillas deleitosas y sus obsesiones ideológicas. Siempre debe quedar gente cuyo anhelo es otro 1936 y que esta vez, por fin, ganen los buenos.

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