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Elizabeth López Caballero

El lápiz de la luna

Elizabeth López Caballero

Sálvese quien pueda

Me aconsejaron que no escribiera este artículo. Que lo dejara estar. Que no me buscara enemigos de esa calaña. “A esos los quiero de enemigos a todos”, respondí. No sé si podré deshacerme alguna vez de mi naturaleza impulsiva o, al menos, mantenerla a raya. Pero ya leen esto, por tanto, una vez más me ganó la partida. El pasado sábado veinte de febrero circulaba por distintos canales de comunicación un cartel en el que la “Red de Apoyo a Migrantes Gran Canaria” invitaba a los ciudadanos a donar en el parque San Telmo mantas, ropa, mascarillas y comida no perecedera para los migrantes que vagan por nuestras calles sin un “aparente” respaldo político. La gente se volcó. Porque otra cosa no, pero, carajo, qué solidario es el pueblo canario. Sí, sí, racistas haberlos haylos, pero, poco se habla de la cantidad de gente que se veía por la calle León y Castillo cargada de bolsas para ir a ayudar -olvidémonos del color de piel, religión o procedencia- a otros seres humanos. Hasta aquí todo bien salvo que, mientras sucedía esto que les acabo de contar, la ciudad estaba acometida de coches, muchos de alta gama, ondeando con orgullo la bandera española y a golpe de bocinazos reivindicando una “Canarias libre de inmigración ilegal”. He de reconocer que asistí atónita a la cantidad de vehículos que circulaban delante de mis narices y creo que por primera vez fui consciente de que Vox cada vez gana más adeptos y que si en breve hubiese elecciones, como ya sucedió en Cataluña, lo tendríamos subiendo como la espuma. Al principio solo me intrigaba un partido rancio con unas actuaciones y declaraciones con tintes misóginos, racistas y homófobos. Llegué a pensar incluso que duraría lo que un caramelo en la puerta de un colegio y me equivoqué. No sé si tiene tantos seguidores porque la mayoría de la población está desencantada con los líderes políticos actuales y su mala praxis o si, realmente, hay una cantidad ingente de personas con un odio feroz hacia el otro al que consideran “diferente” o “inferior”. Hace pocos días escuché hablar de una niña de dieciocho años que se definía como “falangista y enamorada de la ideología de Hitler” y de un muchacho de veinticuatro años, líder de Vox en Girona, que se presentaba como “ampurdanés, catalán, español: Dios, patria y familia”. Dos jóvenes nacidos en democracia con todos los derechos y libertades de los que, reconozcan o no, gozamos en esta época social. Derecho a la educación pública o privada. A la sanidad. Al voto. A la libertad de expresión (entendiendo que tu libertad acaba donde empieza la del otro), a la asistencia judicial y a otros muchos derechos que países, verdaderamente antidemocráticos, no tienen. ¿Cómo pueden dos críos estar interpelando la figura de un dictador o de una España que no conocieron? ¿Cómo se permiten faltarle al respeto a todos los que sí sufrieron las devastadoras consecuencias de una guerra? ¿Cómo se atreve Isabelita la falangista a quejarse cuando miles de mujeres -y no hace tanto de esto- no podían abrir una cuenta bancaria sin permiso de su marido? ¡Por favor! Si el futuro eran estas nuevas generaciones, se avecinan tiempos oscuros y difíciles. Quizá estamos fallando como sociedad. Tal vez el problema está en la (mala) educación o simplemente es una moda de niños pijos que lo han tenido todo y por aburrimiento dan por saco. A lo mejor verdaderamente estamos condenados a la involución. Lo único que a día de hoy tengo claro es que yo me hago mayor, que el mundo está del revés y que se salve quien pueda.

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