La apertura a los peatones de la pasarela Onda Atlántica para unir el recinto portuario con el Mercado del Puerto supone una inflexión en la mejora de la calidad de vida de los ciudadanos de Las Palmas de Gran Canaria. Las urbes diseñadas en el siglo XX tienen que transformarse para afrontar los retos de la conectividad, regeneración, bienestar, salud y movilidad, fines todos ellos integrados entre los 17 objetivos de la agenda para el desarrollo sostenible de la ONU. Una política renovadora asimilada plenamente por la UE como condición insoslayable para acceder a las ayudas para levantar la Europa de la era poscovid.

La capital debe aprovechar este escenario de reconversión urbana para humanizar las intervenciones desarrollistas que se llevaron a cabo el pasado siglo. Un impulso presente en la gestión municipal de las últimas décadas pero con asignaturas pendientes en lo que se refiere a las grandes conquistas: el proyecto Guiniguada, el soterramiento de la Autovía Marítima, el traslado de la Base Naval o la recuperación de los terrenos militares del paraje natural de La Isleta.

La conexión del Puerto de La Luz con Las Canteras con una peatonalización sin interrupciones forma parte del catálogo de futuribles del municipio. La pasarela creada por el equipo del arquitecto Javier Haddad para superar el obstáculo del viario de los tramos VI y VII en dirección al Sebadal resuelve el problema de la comunicación peatonal, sobre todo para el tránsito de turistas desde la terminal del cruceros o el acceso a equipamientos como el acuario Poema del Mar o el Museo de la Ciencia, o el centro comercial El Muelle.

Restablecer el diálogo entre estas dos partes de la ciudad debe ser una prioridad ya no solo desde un punto de vista instrumental, sino también por la aportación sociocultural que de ello se deriva. El Istmo, el punto de unión con La Isleta, era atravesado a pie o en barca, dependiendo de la marea, por un trasiego de personas laboriosas dedicadas a la pesca o a la industria de los astilleros. El nuevo paso, cuyo arranque está precisamente en esa zona, constituye por tanto un símbolo de la memoria portuaria, de unidad entre el Puerto y la ciudad.

En una época de limitaciones, la llegada y salida de barcos era una distracción social o también el sueño de un insular para alcanzar nuevas tierras. Esta perspectiva reaparece ahora con los arquitectos Romera y Ruiz , que hace unos meses acabaron su ‘Paisaje de horizontes’, en el frente marítimo en el ámbito de la Base Naval y el Muelle de Santa Catalina, unos miradores que penetran en el mar, un acercamiento que ahonda en el vínculo entre el grancanario y La Luz.

Estas intervenciones junto a otras, dígase la rehabilitación por Nieto Sobejano del Castillo de La Luz como sede de la Fundación de Arte y Pensamiento Martín Chirino, deben converger en un programa de regeneración del tejido urbano paralelo a la Playa de Las Canteras y que asciende hacia el barrio de La Isleta. Estos equipamientos icónicos que elevan el rango arquitectónico de la capital carecerían de sentido si su fin último no fuese la revitalización de un área caduca.

De poco sirve abrir el paso a los cruceristas a unos hoteles renovados si después se van a encontrar con unos comercios en decadencia, unas calles sucias y con ostensibles casos de marginalidad, tanto a pie de acera como en el interior de unas viviendas obsoletas con soluciones habitacionales indignas. El Puerto y la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria deben actuar como vasos comunicantes, conscientes de que una colaboración permanente es la clave para fomentar un cambio para un mayor progreso económico y para dar un salto definitivo en la calidad de vida de sus habitantes.

A nadie se le esconde que nos encontramos en un territorio donde las decisiones sobre el crecimiento portuario chocan con los proyectos de la ciudad. Pero la búsqueda de puntos de cohabitación debe ser la finalidad, como ha quedado demostrado con la construcción de la pasarela Onda Atlántica. El Ayuntamiento, por su parte, tiene ante sí un gran ámbito de actuación para demostrar las cualidades de su urbanismo. No se trata sólo del perímetro más cercano a Las Canteras en su recorrido hasta el auditorio Alfredo Kraus, diseñado por Óscar Tusquets, y una franja de terrenos y laderas aun sin urbanizar, sino que alcanza al popular barrio de La Isleta, cuna de la arquitectura de la llamada casa terrera, que poco a poco se extingue sustituida por edificios impersonales.

Este modelo residencial debe ser protegido, pues está unido al nacimiento del propio Puerto, cuyo crecimiento no hubiese sido posible sin una mano de obra llegada de los pueblos del interior, Lanzarote o Fuerteventura y que levantó sus viviendas en un espacio todavía inhóspito. La Isleta tiene su idiosincrasia social, unas peculiaridades únicas a las que hay que mimar para evitar su pérdida irremediable en el caudal del acervo sociocultural de Las Palmas de Gran Canaria.

La capital no tiene más remedio que buscar soluciones imaginativas para solucionar uno de sus grandes embudos de tráfico, proclive al atasco diario en horas puntas. Actuaciones como la propia pasarela Onda Atlántica no deja de ser una alternativa intermedia frente a un soterramiento del viario, como lo es también la intervención para mejorar el nudo de la plaza Belén María. Sepultar la autovía supondría un gran paso para la calidad de vida de los ciudadanos, pero así y todo seguiría pendiente el flujo de tráfico permanente, cuyo aumento será proporcional al incremento de la actividad portuaria. Ensanchar la carretera podría ser la opción más a mano, pese a la complejidad técnica que ello conlleva. Pero lo deseable sería que el Puerto y la Ciudad reflexionasen sobre una solución de futuro más allá de ir a remolque de la demanda fijada por el tráfico.