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Entender + con la Historia

Un perro muy inglés

Cuando la famosa puerta del 10 de Downing Street se cierra, hay un problema que preocupa más al primer ministro que el coronavirus o el brexit. Es Dilyn. Este animal, tan lindo como problemático, es propiedad de Boris Johnson y de su pareja, Carrie Symonds. Lo adoptaron en 2019, pocos meses antes de que el político fuera nombrado jefe del Gobierno británico.

Quizá porque el bicho no ha sido suficientemente bien educado, quizá porque sus dueños no le hacen caso o porque no ha digerido el cambio de residencia, Dilyn lleva por el camino de la amargura a sus humanos. Hace lo que quiere: orina allí donde le place (desde una alfombra persa de 400 años hasta las carteras de los ministros), araña muebles del tiempo de Luis XIV y mordisquea libros antiguos.

Dilyn debería ser un poco más considerado, no ya porque esté arruinando a Johnson, que de momento ha tenido que pagar 1.200 libras en gastos de mantenimiento por su culpa, sino porque pocos perros hay tan ingleses como los de su raza: la Jack Russell Terrier.

Lo primero que hay que saber es que Jack Russell era un sacerdote nacido en 1795 en Darthmouth que estudió en Oxford entre 1814 y 1819. A pesar de que fue pastor de la Iglesia anglicana toda su vida, su gran pasión era la cacería, una actividad muy popular y con mucha significación social en la Inglaterra de la época. Y para practicarla como mandaban los cánones de la tradición, era necesaria una buena jauría formada por excelentes animales.

El último año de universidad, cuando la manía de perseguir presas ya se había apoderado de Russell, el futuro pastor descubrió a Trump, la perra del lechero (efectivamente, Trump también sirve para bautizar animales de cuatro patas), y se enamoró de ella porque consideraba que tenía todas las cualidades necesarias para dar a luz a una futura estirpe de cazadores. Era rápida, vital y resistente; tenía el pelo corto y grueso, ideal para correr por entre los matorrales, y además era blanca, por lo tanto un cazador nunca la podría confundir con las presas.

El futuro sacerdote compró a Trump y fue perfeccionando la descendencia hasta consolidar la raza. No buscaba un resultado estético perfecto, sino buenos animales de trabajo, que entonces se llamaban genéricamente fox terriers porque su especialidad eran los pobres zorros (fox en inglés), que eran el trofeo más preciado por los cazadores ingleses.

Russell se casó en 1826 y al cabo de seis años se encargó de la parroquia de Swymbridge, al norte de Devon. Tuvo ciertos conflictos con sus superiores porque estaba más pendiente de la evolución de los cachorros que de la salvación de las almas de su rebaño, y por eso se ganó el apodo de Sporting Parson, el párroco deportista. Entonces aún no se habían inventado actividades modernas como el fútbol o el rugbi y la caza era considerada sport. Sus practicantes debían ser intrépidos jinetes, capaces de saltar obstáculos -de ahí el origen de los actuales concursos hípicos- y hábiles comandando sus perros. En las películas suelen ser todos iguales, pero la realidad era bastante más heterogénea porque tenían ejemplares de diferentes razas, especializados en funciones concretas. El buen olfato de los bassets seguía el rastro de la presa, el aullido potente de los beagles orientaba la partida de caza en la buena dirección y los fox terriers, siempre valientes e incansables, perseguían los zorros hasta su madriguera, donde, aterrorizados, intentaban esconderse, pero no lo conseguían porque estos perros pequeños se metían dentro para sacarlos y dejarlos a merced de los humanos.

Cuando Russell murió en 1883, los fox terriers empezaban a ser una raza reconocida, aunque con el paso del tiempo iría evolucionando. Al pasar esto, una de sus variantes se rebautizó con el nombre del párroco como homenaje a su labor.

Ahora los Jack Russell forman parte del ámbito doméstico, pero conservan su carácter vital, que requiere que sean adiestrados por alguien con una mínima mano izquierda. Una calidad que se presupone al inquilino de Downing Street.

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