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Reflexión

¿Cuánto pesa mi móvil?

Uno de los fenómenos más sobresalientes del desarrollo tecnológico en los últimos tiempos, a nivel doméstico y también a nivel empresarial, es probablemente el de la telefonía móvil. Desde que Alexander Graham Bell inventase el teléfono a finales del siglo XIX hasta nuestros días, no ha dejado de evolucionar y revolucionar la forma de comunicarnos.

Es cierto que la necesidad de poder enviar mensajes con la mayor rapidez posible ha sido una cuestión de vital importancia en muchos acontecimientos de nuestra historia, también en épocas pretéritas, pero ciñéndonos a la época moderna, fue el telégrafo inventado unos años antes el que pudo satisfacer parcialmente esas necesidades, con un pequeño inconveniente, era necesario contar con personal cualificado que conociese el lenguaje Morse en cada uno de los extremos.

Por eso el teléfono supuso un salto cualitativo de primera magnitud, a pesar de lo cual durante los primeros cien años apenas experimentó cambios significativos, hasta que en 1973 apareció el primer dispositivo manual móvil (de Motorola), que pesaba 2 Kg. y con capacidad para realizar llamadas a larga distancia, obviamente, dependiendo de las disponibilidades y alcance de las antenas de radiofrecuencia. A partir de ese momento, la carrera por conseguir aparatos más ligeros y fáciles de manejar fue imparable, al tiempo que se ampliaban a nivel planetario las áreas de cobertura para facilitar las comunicaciones.

Es en la década de 1990 cuando surgen los primeros “slates” o terminales de pantalla táctil y teclado virtual, que a partir de 2010 son superados por los “smarthphone” o teléfonos inteligentes que manejamos con profusión en la actualidad, con unas capacidades que dejan en la irrelevancia lo conseguido hasta entonces, a través de unas funcionalidades que al principio eran inimaginables y que hoy forman parte de nuestra rutina.

Nada nos impide pensar que esta acelerada carrera tecnológica no ha hecho nada más que empezar y que lo que podamos ver en el inmediato futuro pueda superar el altísimo nivel de las aplicaciones que ahora manejamos. Ya se está hablando de la posibilidad de utilizar estos dispositivos con nuestras capacidades mentales, es decir, sin necesidad de utilizar esos aparatos más que como un simple medio de transporte y podría ser así hasta que sea una realidad la conexión directa entre nuestras “terminales” cerebrales. Todo se andará.

Pero el título de estas breves consideraciones invita a otra reflexión más aproximada a la realidad que estamos viviendo y tiene que ver con el “peso” que nos hemos quitado de encima con el uso de semejantes aparatos, que por lo demás son muy ligeros y caben perfectamente en nuestros bolsillos. Y no sólo me refiero al aspecto físico, también al intelectual. Si asumimos el dicho popular de que el saber no ocupa lugar, podremos colegir que con estos nuevos sistemas ese aforismo se hace más real que nunca, pues muchos lo resuelven sólo aprendiendo a “navegar”, es lo que se conoce como efecto Google. Cuestión distinta y no menos importante es la dependencia (perniciosa) que están creando entre los usuarios, pero esto es harina de otro costal.

Es difícil cuantificar el peso y el volumen que ocuparían todas las herramientas que están a nuestra disposición en un mecanismo tan pequeño como versátil, pero podemos enunciar alguna de las más significativos para dar sentido al asombro que produce, al menos, entre quienes podemos dar un testimonio directo de cómo se utilizaban hace no tantos años. Entrar en el detalle es un desafío que excede el espacio de estas líneas y que además escapa al autor de estas notas.

Hasta la aparición de los “smarthphone” nuestro acceso a Internet sólo era posible a través de nuestros ordenadores personales, instalados en nuestros domicilios u oficinas y siempre en los entornos “wifi”, sin embargo ahora nos proporcionan una versatilidad y capacidad de uso impresionante, en cualquier momento y lugar. Siendo así, Internet pone a nuestra disposición por ese medio toda su amplísima oferta de servicios.

Alguna de las modalidades de comunicación que incorporan, como es WhatApp, además de permitir el envío instantáneo de todo tipo de mensajes y archivos anexos podemos realizar videoconferencias. Ya no entro en valoraciones sobre lo que ofrecen los grandes operadores de redes sociales (Facebook, Instagran, Twiter, etc.), también de uso masivo. ¡Si el Sr. Graham Bell levantará la cabeza no podría creerlo!. Entre los primeros escépticos yo no sería una excepción, aunque la evidencia me ha abierto los ojos.

La posibilidad de estar corriente -y al instante- de toda la información disponible y sobre todas las materias, a través de los diferentes medios digitales al uso, es otra de las grandes novedades, a lo que podríamos añadir la comodidad de llevar con nosotros una amplísima biblioteca de nuestras lecturas preferidas, la música que nos gusta y hasta una buena colección de películas, si llega el caso.

El sistema financiero se ha sumado con rapidez a explotar todas las capacidades de estos sistemas y tanto es así que a través de la banca electrónica, prácticamente, no es necesario acceder a sus oficinas para realizar la inmensa mayoría de las transacciones que antes requerían nuestra presencia. Pero no sólo eso, es que estos terminales también sustituyen a las tarjetas de crédito o débito, como lo hacen ya con las tarjetas de embarque a los aviones o sirven para nuestra identificación, por ejemplo, con los códigos QR que facilitarán el rastreo de casos positivos derivados de la COVID 19.

Y qué decir de los aficionados a la fotografía. Los objetivos que incorporan satisfacen las necesidades de los más exigentes. ¿Dónde quedaron las pesadas cámaras fotográficas y de vídeo que acostumbrábamos a llevar encima cuando queríamos hacer algún reportaje?. Nunca antes “tiramos” tantas fotos como ahora y nunca tuvimos la ocasión de compartirlas masivamente, además de forma instantánea.

Desde el punto de vista de nuestra organización personal, tenemos al alcance de un “click” todos nuestros archivos de correspondencia, contabilidad, agenda personal, fotos, vídeos, etc. y si todo ese material o cualquier otro excede la capacidad de almacenaje podemos “enviarlo” a la nube, donde permanecerá a salvo de cualquier pérdida.

Hoy parece absolutamente imprescindible que tengamos que recurrir al GPS para movernos dentro y fuera de nuestras ciudades. Con los “smarthphone” disponemos de una información puntual y al día, sin coste adicional. ¿Cómo nos arreglábamos antes para no extraviarnos durante un viaje si no teníamos a mano un mapa actualizado?

En el mundo de las aplicaciones disponibles la oferta es casi ilimitada, no dejan de aparecer nuevas utilidades y muchas de ellas son gratuitas. Para los menos exigentes, pero que aspiramos a tener lo básico, tenemos a nuestra disposición una calculadora completísima, una grabadora, un reloj (que puede actuar como avisador o despertador), una brújula, hasta una linterna y un magnífico traductor (también de voz) que nos permite interrelacionarnos con cualquiera y en cualquier idioma; aquí el etcétera es enorme.

Si hemos prescindido de la máquina de escribir, del ordenador personal, de la cámara fotográfica y de vídeo, de los libros y de tantos aparatos de los que nos servíamos antes para obtener lo mismo que con estos nuevos accesorios y con mucha peor calidad, cabe preguntarse ¿cuánto peso nos hemos quitado de encima?. Mucho sin duda y lo más curioso es que lo hicimos casi sin darnos cuenta, como ocurrió con otros avances con los que convivimos a diario.

¡Ah, casi se me olvida!, además de todo lo dicho, con esos aparatos podemos hablar por teléfono.

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