La Provincia - Diario de Las Palmas

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Lamberto Wägner

Tropezones

Lamberto Wägner

Breverías 85

Una de las inesperadas consecuencias de la pandemia ha sido tal vez cierto efecto igualador de la sociedad.

Por una vez, y por un tiempo dilatado y aún por determinar, una brutal epidemia ha afectado por igual a patricios y plebeyos, sometiéndolos a las mismas privaciones y servidumbres, sin que el rico y poderoso pudiera zafarse de sus efectos. Ya sé que puede verse la situación como un ejemplo más del “mal de muchos, consuelo de tontos”. Pero es que el fenómeno va mucho más allá. Por esta vez los poderosos han sido sometidos a los mismos virus, sin escapatoria ni privilegio posible. Sí, ya sé que el rico confinado en un chalet con jardín ha podido adaptarse mejor que el inquilino de un piso de 40 m2, pero todos han estado encerrados, sin que el dinero le haya permitido al rico escaparse al chalet de la sierra, o comprarle una mesa en el mejor restaurante, ni una butaca en el concierto, ni un palco en el fútbol, ni una medicina milagrosa costosísima, prohibitiva para el común de los mortales. Pero yo creo que hemos de ver en esta extraña situación no la irrupción de un insólito estado de igualdad, sino más bien la aparición de un caso de equidad. de imparcialidad natural, hasta de justicia poética si me apuran. Solo cabe esperar que el efecto homogeneizador de tal discriminación universal pueda servir también, no como una vacuna que termine poniendo temporal remedio a esta situación, sino como un antídoto de efecto permanente, como una inyección de solidaridad y de unidad ante las desventuras, presentes y futuras de todos nuestros semejantes.

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Seguramente habrán tenido Uds. oportunidad de observar esos aros de plástico marrón que a modo de vitolas se abrazan a las palmeras, y cuyo objeto es evitar que las ratas trepen por los troncos hasta la copa de los árboles, donde instalan sus nidos. Pues bien, el otro día mi yerno me contó que estuvo observando una rata subiéndose por una de esas palmeras, y lo curioso era que trepaba hasta el zuncho de plástico, al llegar ahí se resbalaba y caía al suelo. Operación que se repetía una y otra vez, supongo que hasta cansarse el bicho de la futilidad del intento. Lo cual me ha dado una idea que le brindo aquí desinteresadamente a nuestro Ayuntamiento: en vez de colocar las anillas en la base del tronco ¿por qué no hacerlo cerca de la cima del árbol? Ya sé que saldría más costoso, pero el consistorio dispone de grúas importantes que pueden alcanzar hasta lo más alto de las palmeras “washingtonia” que superan fácilmente los 15 m. Yo estoy convencido de que un roedor que consiga trepar hasta la cima de uno de esos árboles y se resbale se pegará tal leche que si consigue sobrevivir no se planteará ya ni acercarse a un bonsai.

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