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Javier Durán

Reseteando

Javier Durán

Sabotaje desde Abu Dhabi

Debido a una sutil concatenación de hechos y desmadres, la estabilidad anímica de la monarquía española depende de Abu Dhabi, un cordón umbilical que visto en el tiempo es casi como remontarse a la dependencia del Imperio astrohúngaro del otomano. El escritor francés Houellebecq tomaría hasta en consideración, por apetitoso, escribir una novela basada en una conspiración de un príncipe de los Emiratos Árabes, que, en compañía de Juan Carlos I, prepara una entrada triunfal en Madrid hacia los campos de Zarzuela. Temática ideal para un autor tan provocador a la par que desagradable. Inventivas aparte, se podría pensar en un algoritmo del sabotaje contra Felipe VI dada la repetición con la que se suceden las meteduras de pata de la familia no familia del monarca. Tras las esperpénticas regulaciones hacendísticas del emérito, llega ahora una epatante vacunación de las infantas Elena y Cristina en una visita a su padre en el exilio, inoculación facilitada por el reino de las tinieblas como pasaporte -justifican ellas- sanitario para poder visitar al monarca con regularidad. Debe ser que las dos descendientes no andan al tanto de la cacería republicana que hay abierta contra su hermano, cuya corona soporta la presión política más intensa que se conoce desde su reinstauración. Pero las cosas de la parentela sólo las conocen los que las pasan, y vete a saber cómo se las gastan entre reyes e infantas a la hora de ajustar cuentas. En lo que se refiere al impacto social, el estatuto público de las hermanas las obliga a guardar cola, y no a comportarse con la misma ética y estética de algunos sinvergüenzas de partidos políticos y de la curia que se inyectaron antes que ancianos y enfermos crónicos. El debate aquí no es que la infantas le hayan quitado o no la vacuna a un español, sino que Abu Dhabi no puede convertirse en una extensión o apoyatura de la familia real. Ya tenemos bastante con la factura de los asistentes del emérito en su villa de lujo, o con las incógnitas que se ciernen sobre quién abona las comodidades extraordinarias -de señor del desierto- de las que disfruta Juan Carlos I, o con sus tejemanejes fiscales a distancia. Y ahora las hijas, ausentes frente al clima político y social que bulle en su país. Parece que todo se ha confabulado allá para ponérselo difícil a Felipe VI, o quizás para forzarlo a que valore de una vez el retorno de su desinquieto padre. El monarca no tiene territorios que conquistar, pero su familia suple la carencia.

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