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Luis M. Alonso

Sol y sombra

Luis M. Alonso

El perfume de las cloacas

Un fracaso de la justicia significa que un sujeto como José Manuel Villarejo quede libre tras haber evitado que le juzgaran en los cuatro años transcurridos en la cárcel de manera preventiva. Mantenerlo entre rejas supone, según la Fiscalía, comprometer la presunción de inocencia. En todo este tiempo su nombre ha estado vinculado con las cloacas del Estado al servicio y en contra de todos. El caso de Villarejo, en cierto modo, es como el del nacionalismo; nadie se ha esforzado en rebajar su dosis en los términos adecuados porque unos y otros han reclamado su perversa influencia y recurrido a él cuando les ha venido bien para consolidar una mayoría o, en el caso del excomisario, alentar sospechas sobre el rival. La fiscal general del Estado y su amigo el ex juez Baltasar Garzón, conocidos suyos, podrían, si quisieran, impartir un curso sobre su vomitiva influencia. Hasta el punto de que en este país la vida de los otros parece estar siempre en manos de Villarejo, que se ha engrandecido y supuestamente enriquecido por coleccionar informaciones “valiosas” para el “interés” ajeno.

Ya en libertad, el famoso excomisario se apresuró a ofrecer a los informadores de los medios su curiosa visión de que las cloacas no generan mierda, sino que la limpian. Él, como las ratas, es un símbolo de ellas, debería saber mucho al respecto y, en cambio, no parece que la definición empleada se mueva en el sentido más exacto. La cloaca es intrínsecamente lo que de ella conocemos: hedor. El problema es cuando ese hedor se destapa y, en vez de asquearnos, respiramos su pestilencia como si se tratara de un perfume. Está claro que Villarejo, en su afanada existencia, se ha consagrado, dependiendo del cliente y del momento, en ser un consumado perfumista de las cloacas más particulares. Siempre a la carta.

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