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Lucas López

reflexión

Lucas López

En tierra de toda la gente

A la vuelta a Canarias, en septiembre de 2003, tras unos años en Paraguay, me impresionó la polarización política de nuestro país, que se hizo todavía más evidente tras los atentados de marzo de 2004. Me impresionó más todavía que la batalla mediática posicionaba a la iglesia de un lado y a la clase política y los movimientos sociales del otro. Chocaba por completo con mi experiencia latinoamericana. Por otro lado, lo que fui conociendo me hizo inclinarme a entender aquella polarización como una imagen falsa de un país felizmente plural y de una iglesia también gozosa de su diversidad. Sin embargo, quizás por la capacidad de los medios y las redes para marcar las diferencias y simplificar la realidad, cada vez más nos parecía vivir en una sociedad de enemigos.

En 2010, leí el libro publicado por José María Rodríguez Olaizola SJ con el título En tierra de nadie. De algún modo, trataba de reflejar cómo en mitad de la disputa social, política, cultural y religiosa, no era obligatorio incorporarse a uno de los bandos en litigio. Sucedía con muchas personas, creo yo que probablemente con la mayoría de nuestra población, que aunque pudieran tener sus simpatías de uno u otro lado, de hecho no se identificaban con aquella pelea y con los lenguajes en que se planteaba. A la hora de tomar partido de forma radical, sólo se sentían cómodos en un Madrid Barcelona o en el derbi local de fútbol; y eso, con cierto humor. Durante la década transcurrida, las estrategias mediáticas han ido empujando a sectores de votantes hacia posiciones políticas más radicales, que cuestionan la Constitución de 1978, y que se organizan en torno a partidos más a la derecha, más a la izquierda o con aspiraciones nacionalistas más radicales. Si se bucea en las redes sociales, el insulto y el desprecio suben de tono y nuestros políticos parecen contagiados del efecto espectáculo que se da en esos medios. Hace unos meses, Olaizola publicó un nuevo libro: En tierra de todos.

El nuevo libro de Rodríguez Olaizola SJ es, de alguna manera, una vuelta por sus propios pasos. La impresión de vivir en tierra de nadie sigue vigente para muchas personas que se sienten ajenas a las actitudes implacables y rigoristas de unas y otras posiciones, dentro y fuera de la Iglesia. Sin embargo, existe la otra posibilidad: hacer de la Iglesia y de la sociedad, la tierra de todas las personas, con sus diferentes sensibilidades y posiciones políticas, sociales, culturales. Si desde las redes, los que más gritan, lo hacen con el insulto que parece incentivar el silencio mediático o la expulsión de quien piensa de otro modo, el camino que propone Olaizola es el de la convivencia, a veces incómoda, siempre dialogante en una sociedad (y una Iglesia) que es plural y que siempre ha sido plural. En esa pluralidad, reside su riqueza. Sin embargo, tanto en la sociedad como en la Iglesia, las posturas radicales de un signo llaman a las posturas radicales del otro: la identidad de un grupo de implacables acaba construyéndose gracias al enfrentamiento con otro grupo igualmente implacable. En ese sentido, la tentación ante el que grita, insulta, chilla… es la de chillar, insultar y gritar. No parece ya que esto sea solo estrategia mediática.

Hace también unos meses, otro comunicador, Miguel Ángel Reyes, de los micrófonos de Radio ECCA, publicaba el libro El contrario tiene algo en común. Su empeño, a través de más de un centenar de pequeños textos, es mostrar cómo - y lo cito literalmente - cuando “parece que la gente es muy diferente entre sí, que va a chocar de un momento a otro porque no hay un punto de coincidencia, sin embargo, si se profundiza un poco, ves que esas personas tienen muchas cosas en común”. En su presentación del libro, Miguel Angel explica su propósito: “De manera que ahora, cuando parece que está tan de moda centrarnos en aquello que nos diferencia, decidí buscar justo lo contrario y escribir historias en las que sus protagonistas parecen muy distintos, aunque en realidad están pasando por lo mismo, tienen los mismos sentimientos o sufren lo mismo”. Tanto José María Rodríguez Olaizola SJ como Miguel Angel Reyes tratan de mostrar ese espacio común en el que pueden y deben convivir las personas por más diferentes que se sientan. Sin embargo, no siempre lo conseguimos: las brechas ideológicas, con el altavoz de redes y medios, nos convierten, casi sin darnos cuenta, en enemigos.

El caso es que nuestras historias personales -y también las sociales y las eclesiales- nos muestran que el conflicto no solo es parte de nuestras vidas, sino que también es buen instrumento para cambios que nos hacen mejores personas, mejores comunidades, mejores sociedades. En la historia de la humanidad, y también de la Iglesia, la confrontación de opiniones ha estado presente y ha servido para hacernos avanzar. Pedro y Pablo, no los de la política actual, sino los de los orígenes de la Iglesia, sostuvieron posiciones enfrentadas y tuvieron que dialogar y alcanzar acuerdos. Y es cierto que en ocasiones, aunque reconozcamos y seamos conscientes de lo mucho en común que nos une, no siempre conseguimos evitar el conflicto y, sobre todo, evitar los daños colaterales, las víctimas de esos conflictos. Por eso, me parece, que la visión esperanzadora que contienen los dos libros que motivan este escrito nos debe impulsar hacia una apuesta por una ética de la confrontación legítima. No podemos vencer a la mentira con la mentira ni es mejor la idea que se grita más alto. La pretensión del diálogo, de la confrontación de ideas, no puede ser la desaparición del otro, sino el aprendizaje que nos lleve a incluir lo que de verdad hay en sus puntos de vista.

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