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TESTIGO DE CALLE

Buenas noticias de Teddy Bautista

De los mejores artistas que ha tenido Canarias. Su música, moderna o clásica, genera sosiego y también alegría, la potencia que no te deja indiferente. Fue el inventor de un sonido, el impulso playero de Los Canarios, el aire cosmopolita con el que luego, ya metido en los menesteres a los que lo obligó su otra vocación, la de amparar los derechos y las ambiciones del mundo de los autores, dedicó desvelos y por los que sufrió amargas persecuciones basadas también en la suposición y en el insulto.

Hace diez años comenzó esa estrategia de la araña que lo envuelve todo, a partir de dimes y diretes que se basaron también en el deseo malsano de verlo caer en la tarrina de la ignominia. Antes de que hubiera acusaciones formales, fue acusado hasta de lo que no se sabía de qué se le acusaba, y a su alrededor se tejió una madeja de regocijos, por si acaso el rumor, al engordar, lo llevaba a la peor mazmorra, la del insulto.

Una vez lo vi llorar, muy pronto, en seguida que tal madeja se hizo ruindad y empezó a rodear su prestigio para diluirlo, y para hundirlo. Ahora, diez años más tarde con respecto a la primera persecución, la justicia ha ido quitando los velos más tupidos, y Teddy Bautista fue exonerado de una denuncia tejida para que quienes sospechaban (sospechaban, que palabra tan ruin cuando se basa en rumores que nadie había sustanciado verdaderamente) se frotaran las manos con respecto al destino que le esperaba al artista.

Él se recuperó de aquel llanto temprano, se dedicó a la lectura de libros que lo levantaran de las miasmas de quienes lo esperaban hundido y se revolvió con lo que mejor lo arropa, la composición, el arte, y empezó a salir de la casa, vestido para combatir en un mundo que le fue hostil hasta que él despejó su semblante y sus ojos, ocultos un tiempo por unas gafas oscuras con las que miró las amenazas de la vida, entre ellas las ruines acusaciones de quienes no habían visto ni un papel en los que se basaran los juicios prematuros.

Ahora uno de esos procesos se ha aliviado, el de las compras de los teatros de Arteria, y a Teddy le queda otra parte de los sumarios que, en su día, hará diez años el 1 de julio, le sirvieron al juez para irrumpir en la SGAE como si él se fuera a escapar por un sumidero.

En medio de ese regocijo que se manifiesta cuando ves a tu enemigo en el charco y hundiéndose, dieron por hecho todos los delitos porque fue de tal tono la persecución judicial que parecía que Teddy era Toni Soprano o a la vez Bonny y Clyde. Ahora, una década más tarde, la prensa ya ha dicho a qué se ha dedicado últimamente, cómo ha levantado la cabeza para volver a la composición, y cómo, a pesar de la edad y los ataques, sigue siendo un caballero que, en silencio, obligado por el rigor y la belleza de la música, ha vuelto a ser el compositor que nunca dejó de ser, el artista que busca en el ritmo el poeta musical que interrumpió la creación para fabricar castillos en los que cupiera la ambición de hacer del arte ajeno un modo de vida, un ejercicio de solidaridad para que el trabajo no fuera materia de menesterosos.

La noticia de que su caso (el de Arteria) ya había sido sentenciado y a su favor (a la espera de que sea ratificado por el tribunal restante) me llegó en la madrugada del penúltimo sábado, pregonada por su amigo Caco Senante, que ha sufrido parecidos embates (por parte también de quienes prefieren no saber del todo para poder insultar o dudar del honor), la noticia de que de esa acusación tan grave se hallaba libre. Senante me dijo en su mensaje, emitido en mitad de la noche, que lo más normal sería en ese momento que los que pregonaron su caída no se hicieran tanto eco de lo que suponía la sentencia que lo exoneraba de acusaciones de enriquecimiento que por otra parte no se había producido nunca.

Así ocurren las cosas: hace más ruido la acusación (aunque no se haya sustanciado) que la absolución; así es y así ha sucedido siempre, y no podía esperarse otra cosa después de tantos años y de tantas noches como las que ha sufrido aquel artista que hizo de Los Canarios una ambición, una ilusión y una marca. En mi caso particular, siempre me he sentido cerca de aquellos que son maltratados, por la maldad misma y por el regocijo de disfrutarla, así que aunque no fui particularmente amigo de Teddy durante años, cuando empezó a oscurecerse su pasado y su presente, como si todo el mundo supiera por qué se le perseguía y hubieran leído todos los enormes sumarios, de los que no tenían verdadera idea, decidí salir en su defensa, porque antes que la duda está la espera y, por tanto, la obligación de ser precavido en las acusaciones.

Desde hace diez años, pues, esperé con el deseo de un final mejor a que pasaran los nubarrones alimentados por los que quisieron el mal de Teddy desde que amaneció aquella tormenta, así que cuando me llegó la noticia de Senante sentí que ya era hora de que se produjeran estos buenos augurios para Teddy, y me alegré por él y por su música, por su familia y por sus mejores amigos, y sentí por dentro que ni esa noticia ni ninguna merecía el regocijo ruin de la venganza sino la satisfacción de ver salir de su casa, con su sombrero y su orgullo, a alguien que sufrió ignominia mucho antes de que se supiera que quizá se adelantó demasiado el juez aquel que mandó a sus policías como si tuvieran que buscar a Toni Soprano o a Bonny y Clyde disfrazados de compositor de algunas de las mejores melodías que haya producido jamás un súbdito de la Playa de las Canteras.

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