La Provincia - Diario de Las Palmas

La Provincia - Diario de Las Palmas

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Lucas López

Reflexión

Lucas López

Teología de la liberación

Acomienzo de los 80, al ingresar en la Compañía de Jesús, nos hacíamos eco los novicios jesuitas de un movimiento teológico sorprendente: la teología de la liberación. Dos años antes, el sandinismo había derrocado a Somoza con el apoyo de muchos clérigos. Emblemática era la presencia de los hermanos Cardenal, uno de ellos jesuita, entre los ministros sandinistas. Años después, en noviembre de 1989, con el asesinato de Ellacuría pareció cerrarse un ciclo. Mi acercamiento a la teología de la liberación era por entonces parecido a una nube de etiquetas o, mejor, de aforismos: “Opción por los pobres”, “Cristo libertador”, “Iglesia popular”, “Comunidades de base”.

Tras mi ordenación, siendo párroco en el barrio gitano de Los Almendros, en Almería, mi vida tenía más que ver con la marginalidad que con la liberación entendida como movimiento social. Lejos de desclavar a los pueblos crucificados, lema de la teología de la liberación, acompañaba a quienes morían con una jeringuilla clavada en las venas, un SIDA galopante, una reyerta entre familias, un suicidio en la cárcel o un accidente con alcohol y drogas. Convivía con chatarreros que cada día recogían el sustento para su gente, visitaba las familias cuando su hija de catorce años se fugaba con un chavorrón o participaba en las acciones socioeducativas del grupo de catequistas. Ciertamente, nada parecía una revolución para cambiar el sistema. Cada viernes santo, al procesionar al crucificado, el barrio esperaba una salvación que no encajaba con los planteamientos de una liberación sociopolítica.

A comienzos del milenio tuve el privilegio de vivir en Paraguay. Las historias de quienes desde la fe se comprometieron en la transformación social puso nombres propios a mi acercamiento a la teología de la liberación. Eran historias de comunidades campesinas, de marchas por la tierra, de obispos que plantaban cara a la dictadura o de asesinados porque su fe en Jesús les llevaba a luchar por la justicia. Oí los relatos de exiliados o encarcelados al grito de “nde comu” (¡comunista!) sin que supieran quién era Lenin, pero que veían a Jesús en el pobre. Sin embargo, el desconcierto de la frustración revolucionaria -donde no tuvo éxito y también donde lo tuvo- y la crítica que se hacía desde otras instancias eclesiales parecía generar, desde finales del siglo XX, cierto desencanto en torno a la teología de la liberación.

En 2013, desde la Dirección de Radio ECCA visitamos a nuestro equipo de alfabetización en Souss Massa Draa. En torno al té, gozamos conversando con la lideresa de una asociación de mujeres en Inezgane, al sur de Agadir. Preguntamos a Fátima Sahara, así se llamaba, por qué motivo su asociación había optado por el curso de ECCA frente a otras opciones de la AREF (Académie Régionale d’Éducation et de Formation). Nos dio tres razones: la buena organización, el estudio desde casa y, para mi sorpresa, la pedagogía de Freire. Me produjo un fuerte impacto que una mujer marroquí, bereber, musulmana, aludiera a un cristiano latinoamericano, padre de una pedagogía que influyó en la labor eclesial de las comunidades de base.

El próximo año, se cumplirán cien años del nacimiento de Paulo Freire en Recife. Su libro más emblemático, Pedagogía del oprimido, es de 1968. Entre agosto y septiembre de ese mismo año, en Medellín tuvo lugar la asamblea episcopal que recepciona el Concilio Vaticano II para Latinoamérica. En julio anterior, en Chimbote, el teólogo Gustavo Gutiérrez pronunciaba la conferencia Hacia una teología de la liberación. Hoy podemos ver esta corriente teológica en una línea de tiempo que, probablemente, comienza con Bartolomé de las Casas y otros muchos clérigos de su tiempo. ¿En qué se distancia de la teología europea? Gustavo Gutiérrez, piensa que mientras la gran teología europea del siglo XX se contextualiza en el No-Dios que propone la cultura secular, América Latina y sus teólogos miran al No-Ser Humano aplastado por un sistema que lo oprime.

La evolución de la teología de la liberación, con múltiples autores y su progresiva vinculación a otras iniciativas (teología negra, feminista, india, ecológica...), trata de responder a una pregunta compleja: ¿qué es la liberación humana y cómo se relaciona con la salvación que viene de Dios? Y la respuesta ha sido discutida. El 3 de septiembre de 1984, la Congregación para la Doctrina de la Fe, tras señalar múltiples aciertos de la teología de la liberación, ponía un pero: se mostraba excesivamente anclada al materialismo histórico de Marx. Esa dependencia metodológica llevaría a entender la salvación como un hecho exclusivamente político y a la comunidad cristiana como una organización con fines igualmente políticos. Es evidente que tras 50 años, con Francisco en Roma y cierto marxismo relegado a los libros de historia, la teología tiene el desafío de un mundo crecientemente desigual y marcado por la crisis ecológica. En la actualidad, la teología no puede entender una liberación proveniente de Dios que no tenga explícitas consecuencias en las condiciones materiales que salvan la vida, del mismo modo que se nos hace evidente que no solo de pan vive el alma.

En artículo publicado por La Vanguardia con un título muy descriptivo, Se cumplen 50 años de cuando la Teología de la Liberación hizo temblar a Roma, Marcel Gonzalo Unzueta repasaba algunos hitos de este movimiento teológico y acababa citando al cardenal Luciani (luego Juan Pablo I) que, en una de sus cartas publicadas bajo el título “Ilustrísimos señores”, decía: “El día en que enseñaste Bienaventurados los pobres, Bienaventurados los perseguidos... yo no estaba allí. Si hubiera estado junto a Ti te habría susurrado al oído: Por favor, cambia de discurso, Señor, si es que quieres tener algunos seguidores. ¿No ves que todos aspiran a la riqueza y a la comodidad? Tú prometes pobreza, persecuciones. ¿Quién quieres que te siga?”.

Compartir el artículo

stats